Estos días, en los que podemos leer sobre la oferta de compra de una entidad bancaria por una animalada de millones, no dejo de pensar en cuánto me sorprende y cabrea, en la misma proporción, que mientras esas operaciones estratosféricas se producen, los juzgados y tribunales de nuestro país siguen atestados de miles de procedimientos en los que otros tantos consumidores y usuarios tienen que vérselas con el gigante bancario para recuperar, ojo al dato, lo que pagaron indebidamente sobre la base de condiciones contractuales usurarias, abusivas y, sobre todo, inmorales. Ya tuve los primeros escarceos con estos temas financieros en mis años mozos, aquellos en los que ejercía de abogado antes de pasarme al lado oscuro. Pero no podía imaginar entonces que la bola de nieve llegaría a alcanzar unas dimensiones tan desproporcionadas como para llevarse a todos por delante sin compasión alguna.
La cosa empezó hace ya unos cuantos años con los swaps o permutas financieras, una creación propia de una mente maquiavélica que solo constituía la punta del iceberg. Quien ideó un producto tan diabólico continuó pertrechando, erre que erre, como arramblar, con una apariencia de absoluta pulcritud y licitud financiera, la mayor cantidad de dinero ajeno al pobre y sufrido ahorrador sin conocimiento especializado alguno sobre la materia. Vamos, lo que viene siendo, como dice mi amigo Antonio, no dejarte ni las tapas de la cartilla. Y en esas seguimos muchos años después. Obligaciones subordinadas, participaciones preferentes, acciones de Bankia o de Banco Popular, hipotecas multidivisa e IRPH, cláusulas de vencimiento anticipado, cláusulas suelo, comisiones de apertura, de reclamación de posiciones deudoras y de todo tipo, intereses remuneratorios y de demora usurarios, imputación de gastos hipotecarios al prestatario, tarjetas de crédito revolving o productos bancarios de alto riesgo, son algunas de las enormes piedras que se han ido poniendo de forma sistemática en el camino al pequeño consumidor, quien con sus escasos medios y recursos y, dicho sea de paso, gracias a la incesante labor judicial, ha podido ir capeando el temporal y dar batalla, no sin ciertas dificultades.
Duele pensar que solo este tipo de procedimientos, resueltos en cuanto al fondo sobradamente por la jurisprudencia de nuestro más alto tribunal y de la Unión Europea, cansado de pronunciarse sobre cuestiones prejudiciales planteadas de forma reiterada sobre la materia, hayan colapsado el sistema judicial español durante años sin penalización alguna para los responsables de este dislate, tanto, que resultó necesario especializar, desde el 1 de junio de 2017, a diversos órganos judiciales en cada partido del territorio nacional para conocer, prácticamente de forma exclusiva, de este tipo de procedimientos. ¿Alucinan no? Pues sí, en Ibiza fue el Juzgado de Primera Instancia número 2 el que asumió esta labor de forma voluntaria, quedando fuera de combate para conocer del resto de procedimientos hasta el 31 de diciembre de 2021, sobrecargando de paso a sus iguales con las demás materias no exclusivas. Incluso a día de hoy perdura esta especialización en varios partidos judiciales del país que no han sido capaces aun de absorber el cuello de botella que solo el empecinamiento y terquedad de algunos poderosos ha ocasionado. Después, claro, se habla con total impunidad y desconocimiento de la lentitud de la justicia, sin saber que las conclusiones de los estudios de estos avezados litigantes deben ser algo así como litiga y vencerás.
Resulta hiriente que a día de hoy continuemos teniendo sobre nuestra mesa procedimientos en que el consumidor reclama la devolución de los gastos hipotecarios asumidos en exclusiva sobre la base de una cláusula contractual radicalmente nula, aquellos de tasación, notaría, registro y gestoría, normalmente de escasa cuantía, que le obliga a asumir un gasto desproporcionado al no contar con una caterva de asesores que trabajan por iguala del que si dispone el gigante bancario. También ocupan gran parte de nuestro tiempo las dichosas tarjetas revolving, en las que uno no sabe muy bien como entra, pero de las que es imposible salir. Es precisamente la ausencia de recursos económicos para litigar la baza con la que cuenta la banca, eliminando así múltiples reclamaciones de quienes no pueden costeárselo y retrasando en todo caso el momento del pago de quienes se aventuran a litigar, sin caer en la cuenta de que su temeraria estrategia, además, trae consigo el colapso de un sistema judicial ya maltrecho que debe estar disponible para otros menesteres de mayor calado. Ya se sabe, a perro flaco todo son pulgas.
El último intento del legislador por mitigar esta mala práctica ha tenido lugar a través de las recientes modificaciones introducidas en la Ley de Enjuiciamiento Civil que, junto al cambio en el tipo de procedimiento adecuado para el conocimiento de estas reclamaciones, el verbal por el ordinario, supuestamente más rápido por liviano, prevé lo que se conoce como procedimiento testigo, que permitirá, lamentablemente no en todos los casos, extender los efectos de un procedimiento a aquellos otros que presenten con aquel cierta identidad. Sin embargo, difícilmente estas novedades terminarán con el problema. Siempre habrá quien cavile para seguir sacándole los cuartos al pobre a través de cualquier otro producto, cláusula o invención maligna, obligándole a litigar si es que puede permitírselo, retrasando así todo lo posible la devolución del parné y empantanando de paso una vez más a los ya de por sí sobre cargados tribunales de justicia. Se pueden ir parcheando las vías de agua, ahí están los millones de resoluciones judiciales que han ido generando estos conflictos durante los últimos años. Pero lo que realmente se necesita es que se tomen cartas en el asunto por quien corresponda. Que los elevados beneficios de las entidades bancarias no se obtengan a costa del sacrificio del más vulnerable. Que se hinque la rodilla de una vez por todas, se devuelva lo indebidamente cobrado y se acabe con esta pesadilla. Que para darte un limón no te sequen el limonero. Que se recuerde quien les rescató cuando las cosas vinieron mal dadas. Que, como lo del Prestige, no vuelva a suceder algo así nunca mais. Esa será la única manera de que unos no ganen tanto y otros no lo pierdan todo. Pero ya se sabe, la banca siempre gana. Hagan sus apuestas.