Yo leo para agrandar mi corazón. Eso clamaba el filósofo Ortega y Gasset, magnífico escritor que gustaba mucho del cortejo de vivir y rezaba a su manera un verso del Rig Veda: «Señor, despiértanos alegres y danos sabiduría».

Algunos bolas tristes, onanistas cibernéticos y pelmazos savonarolas anuncian que el libro está muerto, pero las mañanas de San Jorge les desmienten cada año, lanceando al dragón de la vulgaridad y liberando al.lotas de rosas sangrantes. La literatura estimula la imaginación y afina sensibilidades, permite vivir mil vidas y descubrir nuevos mundos a tu alcance, infalible exorcismo contra el pensamiento único del uniformado más bajo denominador común que pregonan interesadamente    horteras políticos y ayatolás tribales.

Esclavo es el incapaz de hacer poesía, el zombi tan de moda del ámbito woke, pobres diablos que no se atreven a pensar o sentir por sí mismos y solo anhelan morderte para contagio de su vulgar pesadilla. Cuando la mayor aventura y única forma de liberar la voluntad secuestrada es desde el deseo de ser uno mismo. Y para romper cadenas, qué duda cabe, la lámpara maravillosa de la literatura te regala su poderoso genio, la alfombra mágica, el caballo alado.

A la hora de leer es bueno, como recomendaba Ovidio a sus amantes, perseguir el placer. Flaubert miraba a su flamante loro y recomendaba acercarse a Montaigne de la siguiente    manera: «No leas como hacen los niños, por diversión, ni tampoco como los ambiciosos, para instruirte. No, debes leerlo para vivir».

Lee para agrandar tu corazón. Se vive mucho mejor y anima a mandar al cuerno a los sectarios y sus límites. Cada vez que se viola un tabú –opinaba el cachondo Henry Miller— sucede algo estimulante.