Como valenciano y valencianista hasta las trancas, tengo que confesar que siento cierto repelús cada vez que vuelvo a mi ciudad natal.
En una de sus principales vías de acceso, a escasos quinientos metros de donde nací y me crie, en el barrio de Benicalap, aparece entre enormes, modernos y lujosos edificios, una faraónica mole de hormigón propia de los fastuosos años de la burbuja inmobiliaria, también conocida como Nou Mestalla o, como dice el meme, el mejor medio campo del Valencia. Vender la mayoría accionarial del club, sin obligar a asumir compromiso alguno al comprador para la finalización del nuevo estadio en construcción, fue como pactar con el diablo para mantenerse a salvo, pero éste ya es otro cantar. Allá cada cual con su conciencia.

Las obras se iniciaron el 1 de agosto de 2.007 y se paralizaron el 25 de febrero de 2.009. Desde entonces, tras quince años de espera y lo que te rondaré morena, el silencio sigue siendo el único sonido de sus grises gradas, testimonio de perpetua decadencia en una de las zonas más nuevas y pudientes de la ciudad. Es tal el lío, que hasta los representantes políticos de todos los signos pugnan por ser quienes solucionen este calvario, eso sí, como siempre, buscando arrimar cada uno el ascua a su
sardina. Así nos va. Mientras tanto, Benicalap no dispone de un polideportivo que debía haber sido ejecutado para mayor gloria del barrio. El equipo sigue jugando en un estadio ya centenario, que no por
añejo y con aroma a futbol del de antes deja de mostrar unas carencias impropias de recintos deportivos de este siglo. Y la ciudad dispone, como atracción turística, junto a otras muchas de gran relevancia, de
un muerto viviente que se asemeja más al coliseo romano que a un estadio pretendido como mundialista.

Pero no hay que ir tan lejos para observar como la ejecución de una obra se eterniza, suponiendo un grave perjuicio para la sociedad en su conjunto, esta vez la de aquí, no la de allá. No están en juego los
recursos económicos de una entidad privada, sino públicos, ni tiene una mera finalidad deportiva o lúdica, sino ni más ni menos que la de impartir justicia en nombre del Rey, juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado, salvaguardando los derechos y libertades de los ciudadanos con arreglo a lo dispuesto en la Constitución y las leyes. Ahí es nada. Efectivamente, les hablo del nuevo edificio judicial, el de Sa Graduada, aquél que se inauguró, solo en un 60%, el 3 de diciembre de 2019, en parte debido a la urgencia derivada del incendio que asoló la antigua sede judicial de Isidoro Macabich la madrugada del 21 de enero de 2.019. Este edificio, que cualquiera puede contemplar majestuoso desde alguna de las terrazas de bar de la plaza que le precede, convertida por las tardes en una cancha de futbol que acribilla sin piedad sus paredes, no se encuentra finalizado. ¿Sorprendidos, no?. Pues sí, así es. El edificio está finalizado en cuanto a su estructura e imagen externa, pero todo el ala izquierda, aquél que asoma a Calle Castilla, no se encuentra ejecutado en su interior, por lo que los juzgados de primera instancia, destinados a ocupar esas dependencias en un futuro muy lejano e incierto, se encuentran desterrados sine die en el Edificio Cetis, sobre las paradas de autobuses, en unas dependencias por cuyo arrendamiento se abona anualmente una nada desdeñable cantidad. Y digo yo, si no sería más propio de un diligente empresario o, utilizando términos civilistas, de un buen padre de familia, finalizar lo que queda del edificio, que seguir tirando tal cantidad de dinero por el sumidero del bolsillo ajeno. Por no hablar de que resulta difícil de imaginar qué mente privilegiada concibió la idea de ejecutar un edificio en dos fases, en dos momentos distantes en el tiempo, con los inconvenientes en la actividad judicial que provocará la reanudación de las obras cuando Dios quiera que ocurra, si es que ocurre y el tiempo lo permite, como se suele decir de las tardes taurinas. Mención aparte merece el hecho de que el diseño de
tan novedoso y moderno edificio no previera aparcamiento interior, lo que obliga a los jueces y magistrados a tener que buscarse la vida para llegar a tiempo a las vistas, estacionando sus vehículos junto a los de aquellas personas a las que, acto seguido, van a enjuiciar o condenar, teniendo casi que mendigar al Ayuntamiento que habilite de una vez por todas una zona de estacionamiento similar a la que dispone la Delegación de Gobierno o el propio Obispado.

Pues en esas seguimos, pendiente de adjudicarse la ejecución del proyecto básico y dirección de la segunda fase y, evidentemente, de procederse a la misma, supuestamente entre éste y el próximo
año, lo que no hace sino recordarme las palabras de la representante política cuando visitó el edificio, en el ya lejano 15 de septiembre de 2.021, asegurando que estaría finalizado en 2.023. Ya vamos
por 2.024 y la casa sigue sin barrer. Digo yo que más agujero es pagar una renta por el alquiler de un inmueble ajeno que invertir en finalizar tu propia casa. Es cuestión de hacer números, y a mí, en concepto de rentas abonadas durante los quince años que se viene ocupando el Cetis, me sale como para hacer otro edificio nuevo de trinqui con vistas al mar y calidades de la autodenominada por algunos
visionarios trasnochados la nueva Ibiza. Y no me vengan, como con la actualización del plus de insularidad, con que es un problema presupuestario, cuanto RTVE acaba de contratar a un conocido presentador por dos años, a razón de 14 millones de euros por año, lo que supone la friolera de 28 palitos de los que diría Piqué, cuando su mayor logro, alucina vecina, es el de preguntarle a sus invitados cuantas relaciones sexuales han mantenido durante el último mes o cuánto dinero tienen en su
cuenta bancaria.

La concentración de sedes judiciales propicia infinidad de beneficios, tanto para los operadores jurídicos como para todos y cada uno los ciudadanos, aquellos mismos que desaparecen con la dispersión actual. Resulta necesario finalizar el edificio, algo que ya debió acontecer hace tiempo, con dinero, cabeza y prontitud. Al final lo barato sale caro y encima lo pagamos todos. Ya lo decía Sam, compañero
inseparable de Frodo en sus aventuras por la Tierra Media, «es el trabajo que nunca ha comenzado el que tarda más en terminar». Ah, por cierto, Lim Go Home y Amunt Valencia.