Un día más delante del folio en blanco. Delante del pequeño ordenador portátil en el que intento juntar letras y frases con mas o menos acierto para esta pequeña reflexión semanal que se publica cada domingo en este periódico y una vez más con la duda sobre qué contarles.

Mi primera intención era hacer una especie de carta abierta a los que conducen un patinete eléctrico como yo, pero incumpliendo todas las normas habidas y por haber. Una especie de llamada de atención a todos los que no llevan casco, chaleco y circulan por donde les da la gana, sin importarles si es una acera, una calle en dirección prohibida o un paseo. Incluso, saltándose los semáforos en rojo, conduciendo mientras miran el teléfono móvil o van a velocidades desmedidas poniendo en peligro a todos aquellos que se cruzan por su camino. En definitiva, dirigirme a todos los que con su actitud hacen que mucha gente nos haya acabado cogiendo manía a los que conducimos uno de estos pequeños vehículos porque ya saben aquello de que siempre pagan justos por pecadores. En definitiva, una pequeña reflexión para intentarles convencer, en la medida de lo posible, de que las normas están para cumplirlas y que si no cambian al final conseguirán que nos prohíban movernos con un patinete eléctrico.

Pero de repente me he dado cuenta que esta idea tendría poco recorrido viendo como son muchos de estos conductores y porque, sin ánimo de faltarles al respeto, la mayoría de ellos parece que no tienen entre sus prioridades leer un artículo, un periódico en papel y casi me atrevería a apostar que un libro o un cómic. Y esto, en una cadena de reflexiones me llevó a plantearme qué estamos haciendo en nuestra sociedad para que nuestros jóvenes cada vez lean menos. O lo que es peor, cómo hemos llegado al punto en el que prácticamente toda la información que tienen a su disposición la consigan a través de vídeos que en la mayoría de los casos son de discutible calidad, tanto humana como de realización. E, incluso, si me apuran, cómo es posible que las futuras generaciones no sean capaces de permanecer atentos a casi nada que dure más de diez minutos.

Y la verdad es que no sé cual es la respuesta. Ni tampoco les podría decir en qué momento se torció todo para mal y si aún hay se puede recuperar el tiempo perdido. Tal vez lo sepan los expertos que conocen mucho más estos temas o los que trabajan diariamente con las nuevas generaciones pero yo, desde fuera, creo que el panorama es oscuro, triste y descorazonador porque no hay nada más apasionante que sumergirse entre las páginas de un libro o de un cómic para vivir y descubrir aventuras, héroes increíbles o viajes imposibles. O para aprender con textos y ensayos que nos ofrecen una visión distinta sobre todo tipo de temas, desde históricos a geográficos, religiosos, políticos o simplemente culturales y divertidos. Y por supuesto, no hay nada más fascinante que bucear entre las grandes historias gráficas que nos traen fantásticos dibujantes como el ibicenco Joan Escandell y sus mundos lejanos de Antares, He-Man y los Masters del Universo, el Capitán Trueno y sus amigos Goliath y Crispín o sus viajes a una Ibiza prácticamente desconocida y fascinante de la mano de su inseparable Lluis Ferrer Ferrer. O, incluso, volver a descubrir como se vivía antaño en nuestra isla junto a Sílvia Torres y Antoni Marí ‘Tirurit’ en su pequeño libro Sa pastoreta Pepeta i s´ovella perduda o los preciosos mundos que siempre nos propone Paquita Marí en libros como Avi o Moshi, un cuento infantil sobre los niños de Tanzania escrito junto a Meritxell Rius y cuyas ventas se destinaron a los gastos de traslado para el tratamiento de oncología infantil que los afectados reciben en Palma.

Pequeños oásis en medio de este particular desierto que me ayudan a no tirar del todo la toalla ni a perder la esperanza. Porque al fin y al cabo todo pasa por nosotros, los padres y madres que tenemos que educar a nuestros hijos y porque no hay nada más cierto que somos lo que vemos en casa. Ni bueno ni malo y no seré yo quien les diga ni mucho menos como tienen que educar a sus hijos, pero si que les puedo asegurar que la lectura es maravillosa como yo tuve el placer de descubrir siendo un niño gracias a mis padres y a mi tío Mariano, que desde la librería Espartaco de Cartagena siempre llegaba cada Navidad repleto de nuevas aventuras que descubrir en distintos formatos, colores y tamaños, y que yo después leía y releía en compañía de mi madre Julia, una ávida lectora que es capaz de devorarse un libro cada semana para luego recomendarlo en su sección Leemos con Julia de Onda Cero Ibiza y Formentera.

En fin, que no se si ustedes leen o no, o si tienen ganas de invertir su tiempo en un texto tan largo como éste, en unos tiempos como los actuales donde la inmediatez es lo principal y en los que miramos todo deprisa y a través de un teléfono móvil. Y si son de esta amplia mayoría no les juzgaré ni mucho menos, pero a veces es precioso ir a contra corriente y dar una oportunidad a algo diferente en nuestras vidas. Y tal vez eso esté en el maravilloso mundo de los libros, los poemas o los cómics.