Tenemos el mejor ocio del mundo pero no tenemos quien trabaje en él. Presumimos de gastronomía y de estrellas michelín pero no tenemos camareros ni cocineros cualificados. Tenemos una planta hotelera que es la envidia de medio mundo pero nos falta quien quiera venir a trabajar. Y vamos a las ferias de turismo de toda Europa hablando de desestacionalizar y de apostar por las pruebas deportivas pero no sabemos con quien podremos contar para atender a todos los deportistas a los que estamos intentando atraer. Y por si todo eso fuera poco, si nos abstraemos del turismo que lo invade todo como gran solución a nuestros males, los profesores, los guardias civiles, los policías, los conductores de ambulancias y hasta los repartidores, ya no tienen a la isla entre sus prioridades para venir a trabajar ya que, incluso, en algunos casos, somos considerados como un auténtico infierno.

Esta es la dura realidad de una isla de Ibiza que lleva tiempo dando señales de desgaste por más que las cifras de visitantes y viajeros que llegan al aeropuerto desde que terminó la pandemia del coronavirus sean magníficas para quienes viven de esto. Un año tras otro se ha intentado mirar hacia otro lado porque solo importaban los resultados al final de la temporada pero ahora todo esto está cambiando porque muchos ven con temor como pueden empezar a trabajar cuando termine la Semana Santa. Muchos de los que nunca se preocuparon por la isla y solo la vieron como una manera de ganar dinero a raudales de forma rápida y sin importarles lo que dejaban atrás, ahora se han vuelto sus mejores defensores porque no hay nada más eficaz para tomarte algo en serio que el que les toque el bolsillo. Y es que no hay expresión más acertada que esa que nos dice que por el interés te quiero Andrés.

Ahora por fin muchos se dan cuenta que los alquileres son abusivos y que no hay viviendas para prácticamente nadie para todo el año, y que si las hay son a precios totalmente desorbitados. Son los que critican con indignación como a dos profesoras les sale más barato venir todos los días desde Mallorca a trabajar a Ibiza o que los policías o los agentes de la Guardia Civil no quieren que les destinen a nuestra isla ni en el peor de los casos. Lo miran con indignación, lo critican abiertamente en las redes sociales, lo dicen en los foros en los que participan como expertos y difunden la imagen de que la isla no tiene salida si no se le encuentra solución al problema. Y muchos de ellos lo hacen con cara de no haber roto nunca un plato como si no fueran ellos mismos los culpables de hacernos llegar a esta situación al crear con su propia ambición un mercado especulativo del que ahora no se ve una fácil solución.

Porque nos guste o no al paso que vamos no habrá prácticamente nadie que quiera venir a trabajar a Ibiza o lo que es peor, muchos de los que ya están aquí, opten por marcharse en busca de destinos más atractivos. Y es que llevamos tiempo difundiendo que somos un paraíso y que tenemos lo mejor de lo mejor pero nos falta algo imprescindible, el factor humano. Sin gente no somos nadie y si no la cuidamos llegará un momento en el que desaparecemos como isla e, incluso, como sociedad, y entonces vendrán los lamentos. Y es que no nos engañemos, hay lugares tanto a nivel nacional como a nivel internacional que vienen apretando mucho y muy bien y la sensación es que en Ibiza ya vamos tarde porque cada vez más se nos considera un destino muy caro y que realmente no tiene los alicientes de los que quiere seguir presumiendo. Es, como ese viejo actor, al que cada vez le suena menos el teléfono porque ya no está entre las preferencias de los directores y los productores, y ya llega tarde para adaptarse a los nuevos tiempos.

Y estando completamente de acuerdo con lo que siempre dice el presidente del Consell d’Eivissa, Vicent Marí, de que no hay mejor promoción que quien repite y recomienda de viva voz un destino también es cierto que no hay peor embajador que quien cuenta que no es oro todo lo que reluce. Y ojo, que cada vez estamos más en esta línea porque cada vez queda menos tiempo para cambiar las cosas.