Hace unos días escuchaba en una entrevista radiofónica a una especialista en protección de datos personales. Una de los comentarios que me llamó especialmente la atención, fue cuando expreso que las aplicaciones tecnológicas relacionadas con la salud; las que usamos para hacer deporte, caminar, controlar la tensión, el sueño, etc. almacenan información personal que después podrán vender a aseguradoras o bancos para que valoren la posibilidad de concedernos un préstamo o un seguro.
Una de las verdades sobre la tecnología es que las aplicaciones están diseñadas para que permanezcamos en ellas el mayor tiempo posible. Por cada segundo que estamos conectados a una pantalla, transferimos información personal e íntima sobre nosotros mismo, que no sabemos donde puede terminar o quien la puede adquirir. El Servicio de Información Comunitario sobre Investigación y Desarrollo (CORDIS) perteneciente a la Unión Europea expresaba: «En la actual economía digital, en constante crecimiento y expansión, los datos personales se han convertido en un producto básico tan valioso como el dinero en efectivo».
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