La vergonzosa reforma del delito de malversación permite robar más sin tener que rendir tantas cuentas, según se lucren los hunos o los otros, los propios de la tribu del carné o terceros escogidos. Define perfectamente a su impulsor y sorprendió mucho en su momento, como diluyente de la ya escasa responsabilidad, pero por allí resoplaba la ballena de la corrupción que quiere irse de rositas socialistas. Y qué decir de la ordenada ausencia de mínimo control en tantos contratos-estafas a dedo durante la pandemia, verdadera plandemia para criminales de altos vuelos, falcon a la vista, que con nula estética saquean las arcas públicas llenas de esfuerzo privado, «ese dinero público que no es de nadie».
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