De vez en cuando bromeo con amigos y con mi familia recordando aquella frase que pronunció un político de amplia trayectoria en el Congreso de los Diputados cuando se le estaba investigando por un presunto caso de corrupción.. «¿Pero qué padre no haría eso por su hija?»… Lo cierto es que hace ya muchos años de aquello, diría que décadas, y el político en cuestión no sigue en activo, pero si no fuera porque el tema era tremendamente grave, aún nos sigue pareciendo graciosa y hasta entrañable la justificación que daba con cara de no haber roto nunca un plato.
Desgraciadamente en España estamos ya más que acostumbrados a escuchar noticias que tienen que ver con la corrupción o con los tratos de favor. Como si fuera algo inherente a nuestra cultura o a nuestra forma de ser desde hace varios siglos. Tanto que hay muchos que bromean con ello mientras repiten entre cañas aquello de… «ya sabes como somos los españoles». Y aunque puede que sea verdad no creo que sea algo para presumir o para lucir orgullosos. Más bien al contrario, tiene que ser algo contra lo que luchar para acabar desenterrándolo de una vez por todas por el bien, fundamentalmente, de una clase política cuya credibilidad está bajo mínimos. Y es que cada vez son más los que tienen la impresión de que buena parte de los que están en el Gobierno, el Congreso de los Diputados, el Senado, los partidos políticos o las distintas administraciones tanto nacionales como regionales, no hacen absolutamente nada mientras cobran sueldos altísimos y tienen enormes privilegios en los tiempos que corren. Y si no que se lo digan a los enfermos de ELA cuando acudieron esta semana al Congreso de los Diputados… Además, hay casos y noticias que no ayudan en absoluto a mejorar esa imagen. La última la detención por parte de la Guardia Civil en una operación dirigida desde la Audiencia Nacional de un asesor directo y mano derecha de un exministro de Transportes del Gobierno de España por un supuesto cobro de sobornos en la compra de mascarillas. A estas alturas, supongo que no queda prácticamente nadie en España que no sepa de quien hablamos, quienes son los protagonistas de esta trama o que no haya oído las cifras económicas vergonzosas, indignantes y hasta obscenas de las que se habla y con las que supuestamente los involucrados han aumentado su patrimonio en muy corto período de tiempo. Y entiendo que, probablemente, cada vez sean menos los que puedan defenderlos o argumentar algo a su favor, más allá del «tú más» que cada vez es más patente en la política española. Y es que ya por no tener, ni siquiera se tienen los comodines de argumentar que el contrario es peor que tú, de que otros también lo hicieron, de que hace años ya hubo casos parecidos o de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Porque esto va más allá de una frase en cierto modo justificable de «¿qué no haría un padre por su hija?» No. Esto va mucho más allá de un contrato para que la empresa de un amigo coloque el césped artificial en un campo de fútbol o de la contratación a dedo de una empresa de publicidad o diseño para el folleto de un programa de fiestas… estamos hablando de temas en los que se juega con la vida y la muerte. Y es que señores, todos estos que ahora están siendo investigados, se han querido lucrar y, en cierta medida parece que lo han logrado, comerciando de manera fraudulenta con unas mascarillas que nos tenían que ayudar a salvar la vida ante un virus que no entendía de corrupción, de buenos y de malos… de un virus que no hay que olvidar que se ha llevado por delante a más de 120.000 personas, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad. Todos ellos, más que corruptos son malas personas. Gente de alma negra que son capaces de poner por delante su ambición y su interés personal antes que la vida de las personas. Gente indefendible e incalificable que ven la muerte de nuestros compatriotas como una oportunidad de hacerse ricos. Gente que ven en la mentira, en el soborno, y en su posición de poder, un acicate para ampliar el dinero de su cuenta y la de sus familiares y con ello poder comprarse una casa en la playa o un coche de gran cilindrada con el que presumir por la calle. Gente, al fin y al cabo, que tienen manchadas las manos con la sangre de todos aquellos que se han ido quedando en el camino. Gente, a la que nunca más se la podrá mirar a la cara de la misma forma y que se merece que todo el peso de la justicia recaiga sobre ellos para que paguen por todo lo que han hecho. Porque más allá de corruptos son malas personas a las que no les importamos ninguno de nosotros, solo su más directo y puro beneficio.
Ah, y mi post data… Ojalá este caso tan grave no se convierta en arma política entre las formaciones de uno y otro bando, sino un toque de atención para darnos cuenta que como españoles nos merecemos otra cosa por parte de quienes, en teoría, nos gobiernan y nos legislan. Aún estamos a tiempo de intentar cambiar las cosas pero para eso hay que empezar a tomar medidas y la primera es depurar responsabilidades y no ser corporativistas en un caso donde se ha usado la vida y la muerte para ganar dinero.