Mi excuñado y gran amigo se llama Toni y se apellida Costa Torres. Es de esos ibicencos de solera y abolengo y reconozco que fue el primer árbitro que conocí en mi vida fuera de un campo de fútbol y tal vez el primero al que no vi como ese bicho raro que siempre se equivoca y al que le protestaba cada jugada en cada partido. Incluso, descubrí que se trata de una magnífica persona, un tipo estupendo y un gran jugador de tenis que además es un padre orgulloso de sus hijos Marco y Sara, un gran hombre y un abuelo al que se la cae la baba con su nieto. Y es más, por si todo eso fuera poco, Toni es un magnífico anfitrión y un gran cocinero de arroces, parrilladas o todo lo que caiga en sus manos.
Pero sobre todo y viendo como está el tema, siempre le he considerado un valiente por ponerse cada fin de semana a impartir justicia, pitando lo que él cree que es falta o fuera y teniendo que decidir en décimas de segundo ante una serie de jugadores que, por lo normal, no ayudan lo más mínimo. Desde hace ya unos años decidió dejar de ser árbitro en un último partido tremendamente emocionante al que tuve el honor de asistir y en el que los jugadores, entrenadores y delegados de los dos equipos le rindieron el homenaje que se merecía tras tantos años en la lucha. Porque sí, porque aunque él no quiera reconocerlo, cada partido era una lucha constante a la que yo, personalmente, nunca me he atrevido a enfrentarme.

Por todo ello, aunque respetaría y apoyaría en todo momento a mi hijo si quiere seguir el ejemplo de su padrí en el mundo del arbitraje, también he de reconocer que no estaría del todo tranquilo. La sociedad actual está inmersa en una violencia latente en la que la mecha parece estar a punto de prender en todo momento y en la que siempre parece que habrá algún cafre que no tendrá problemas en liarse a palos con el que lleva el silbato. Y por supuesto, hemos casi normalizado que el aficionado vaya al campo de fútbol a desahogarse de todo lo que le ha ido mal durante la semana, insultando al árbitro, diciéndole todo tipo de barbaridades y acordándose de toda su familia. E, incluso, en el peor de los casos llegando a tirarle lo que tiene a mano porque se cree que va dentro de su contrato o por haber elegido estar en este lado del partido.
Además, tampoco ayudan lo más mínimo los clubes, sobre todo los de las categorías más importantes y que son los que tendrían que dar ejemplo, emitiendo constantemente comunicados en los que se critica cada una de sus decisiones como si no fueran humanos y no tuvieran el derecho a equivocarse. Incluso, llegando a poner en juego su honorabilidad mientras les consideran los culpables de todos sus males mientras, por lo general, ninguno se mira su propio ombligo y se atreve a dar la cara antes sus seguidores asumiendo sus propios errores. Porque, ya saben, cuando todo va mal la culpa siempre es del otro.

Y por supuesto, los medios de comunicación también tienen una cuota importante de culpa porque se ha convertido casi en habitual el señalarlos con nombres y apellidos. Entiendo, aunque no comparto, que estamos metidos en una dinámica de que todo vale en busca de más likes o más visitas dentro de los portales de internet o del maravilloso mundo de los instagramers o las redes sociales, pero hay casos como los de Real Madrid TV donde se cruzan ciertas líneas rojas al convertir cada programa o cada retransmisión en un ataque directo contra el árbitro que pita cualquier partido en cualquier categoría. Para ellos los árbitros hacen todo mal, tienen la culpa de todo e incluso se les acusa de actuar de forma premeditada sin importarles lo más mínimo que sean personas como cualquiera de nosotros con sus familias y que, sobre todo, no somos quien para señalar a nadie con nuestro dedo inquisidor. Y sobre todo, porque en estos tiempos donde ya es habitual actuar escondidos tras perfiles falsos que permiten vomitar todo tipo de insultos, amenazas y descalificaciones, es preferible pensar mucho más lo que decimos y lo que hacemos si es que aún nos queda algo de sensatez… o simplemente, si queremos que aún haya valientes como Toni y otros muchos que se atrevan a pitar algún partido. Y es que, sobre todo, que nadie olvide que sin ellos no hay partido.