Aula de un colegio de Ibiza. | Daniel Espinosa

Si yo fuera consellera de Educación, una de mis primeras medidas sería la de la climatización adecuada de todos los centros educativos de las Islas. Si yo fuera consellera de Educación, paralelamente, activaría los recursos necesarios para que los patios de esos mismos centros educativos se convirtieran en los ahora llamados refugios climáticos. Si yo fuera consellera de Educación, no me temblaría la mano para sacar de mi departamento a cualquiera que intentara convencerme de que es más importante lograr que la multiculturalidad real de las aulas desaparezca en favor del monolingüismo en catalán que conseguir que los alumnos, los profesores y el personal de los colegios estudien y trabajen en condiciones confortables.

Pero yo no soy ni seré consellera de Educación. Soy periodista y mi obligación es denunciar aquello que los políticos parecen ignorar. Y es que, gobierne quien gobierne en estas islas, es evidente que ninguno se entera de que buena parte de las aulas de Ibiza, igual que los parques infantiles, se convierten en auténticos hornos a la que sube un poco la temperatura. Por no hablar de esos patios de cemento, sin apenas árboles y en los que hay la misma sombra o menos que bajo el famoso toldo de Morrás. De las fuentes de agua fría o de las zonas ajardinadas, mejor ni mencionarlas.

Como sociedad, se nos llena la boca hablando de la importancia de la educación o de lo necesario que es cubrir todas las necesidades de los menores. Pero la realidad es que pasan por obligación largas horas en entornos que parecen diseñados por los herederos de Herodes. Ya me gustaría a mí ver a los responsables de este despropósito trabajando en las mismas condiciones.