En el libro del Levítico consta que todo israelita tenía que ofrecer como sacrificio en la fiesta de la Pascua, un buey o una oveja, si era rico; o dos tórtolas o dos pichones, si era pobre. El atrio exterior del Templo o patio de los gentiles se llenaba de vendedores, cambistas, mercaderes, con las consecuencias que podemos imaginar: ruído, vocerío, mugidos, estiércol... Dicho espectáculo existía con el permiso tácito de las autoridades del templo, que obtenían así buenos ingresos. Entonces, Jesús hace una afirmación trascendental: «No hagáis de la casa de mi Padre un mercado». Llama a Dios Padre suyo y actúa con gran contundencia, se proclama ante todos el Mesías Hijo de Dios. Ante la actuación de Jesús los judíos replicaron: ¿ Qué señal nos das para hacer esto?. Respondió Jesús : «Destruid este templo y en tres días lo levantaré».
OPINIÓN | Lucas Ramón Torres, sacerdote
3º domingo de Cuaresma (Jn 2,13-25)
04/03/18 4:18
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