En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos habla de las tentaciones de Jesús en el desierto. Se trata de una escena llena de misterio. EL hombre en vano pretende entender. Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se hizo semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado, y se sometió voluntariamente a la tentación. La tentación no es pecado, de lo contrario, el Señor no hubiera permitido ser tentado. En la oración dominical no le decimos a Dios que nos libre de la tentación, le decimos que nos libre de caer en la tentación. Jesús fue tentado por el demonio, también nosotros padecemos esas tentaciones del maligno.

El Señor Jesús nos enseña que nadie debe considerarse seguro y exento de tentaciones; nos muestra la manera de vencerlas, y , a la vez, nos exhorta a que tengamos confianza en su ayuda misericordiosa.

En las tentaciones del Señor se resumen todas las que puedan acaecer al hombre. Santo Tomás en su Suma Teológica nos dice que la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder. Los medios para vencer al diablo son: la oración, el ayuno, la vigilancia, y no dialogar con la tentación. Con la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el poder del demonio queda definitivamente derrotado. Y en virtud de esta victoria podemos superar todas las tentaciones.

Hemos empezado la Cuaresma que es el tiempo litúrgico que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de reconciliación con Dios y con los hermanos. Tiempo de recurrir con más frecuencia a la oración, al ayuno y la limosna ( Mt 6, 1-6.16-18). Durante la Cuaresma la piedad popular concreta su atención en la Pasión y Muerte del Señor. La Iglesia recomienda a los fieles una participación más intensa y más fructuosa en la Liturgia cuaresmal, sobre todo invita a recibir el sacramento de la Penitencia y, de este modo, poder participar, con el alma purificada, en los Misterios Pascuales