Han pasado ya 20 días desde que se produjo el brutal atentado de la T4 y, desde entonces, el PSOE y el PP se han convertido en los eternos protagonistas de una crisis cuyo epicentro habría que buscarlo en ETA y no en una dialéctica más desacertada que afortunada entre Zapatero y Rajoy.

Lamentablemente, una de las cuestiones más importantes como saber por qué se rompió el proceso de paz sigue siendo un interrogante que apenas ha tenido relevancia a lo largo de estas tres últimas semanas. En su lugar, las posturas de los partidos mayoritarios se han convertido en un juego político lleno de insultos innecesarios y de lamentables acusaciones que alejan a la ciudadanía de lo verdaderamente esencial: llegar a un punto de acuerdo para activar la maquinaria que ponga freno a futuras nuevas atrocidades de los terroristas.

Pero por el momento, apenas hay avances. Las cinco propuestas no de ley de los «populares» contra ETA y su entorno ni siquiera se van a debatir ante la negativa del resto de los grupos a discutirlas en el Congreso. El PSOE y los grupos minoritarios barajan no una, sino tres opciones para materializar su veto parlamentario. El PP, por su parte, se ha cerrado en banda y defiende a capa y espada unos contenidos a los que se aferra en solitario, olvidando que la paz es cosa de todos, no sólo del PP o del PSOE, como en un principio pudo pensar Zapatero antes del atentado del 30 de diciembre.

Urge encontrar un punto intermedio entre tanto extremo político. No sólo se rompió el proceso de paz hace casi un mes, algo que terminó con la esperanza de la mayoría de los ciudadanos de ver el final de la violencia, sino que el debate político se ha radicalizado en torno a ETA, convirtiéndose en un circo dialéctico lleno de descalificaciones.