El presidente del Gobierno vuelve a tomar el timón de la política nacional y, después de presentar su último paquete de propuestas económicas para mejorar la situación laboral de algunos sectores desfavorecidos, se presentó ante la opinión pública en una entrevista televisada por TVE. Aunque quizá parezca que los asuntos políticos arrastran la atención de pocos, lo cierto es que más de tres millones de españoles se sentaron ante el televisor para escuchar lo que el presidente tenía que decir. Tal vez esperando que revelara el verdadero y misterioso porqué del apoyo oficial de España a la guerra en Irak o quizá para enterarse de las propuestas que el PP tiene para la ciudadanía de cara a las elecciones del 25-M.

Finalmente no quedó demasiado claro ni lo uno ni lo otro. El presidente continúa con su lenguaje esquemático, aunque sí desveló que sigue firme en su intención de no presentarse de nuevo al cargo. Habló, eso sí, de política exterior, centrada ahora en sus relaciones con EE UU y en el problema de Oriente Medio, aunque se olvidó de algo que a los españoles seguramente nos importa más: nuestras tradicionales buenas relaciones con América Latina -sumida en crisis tremendas- y con el mundo árabe, especialmente nuestro vecino del sur.

Eso sí, sobre todo recordó asuntos domésticos molestos, como el plan secesionista de Ibarretxe y los proyectos catalanes de reformar el Estatut, a lo que se opone frontalmente. Lo mismo que tuvo críticas para la oposición, a la que acusó de radicalismo por su postura contra la guerra. Estaba claro que iba a mantenerse firme en este asunto tal y como lo ha hecho desde que se desatara la crisis, aunque esto le pase factura. De ahí su intento de pasar página lo más rápido posible, pero sin perder la esperanza de que el electorado le premie, finalmente, por su actitud en el conflicto iraquí.