Los conflictos intergeneracionales y las relaciones de amor-odio entre padres e hijos llevan alimentando a la literatura y la dramaturgia desde el principio de los tiempos. Por eso resulta más meritorio que nuevos textos o reinterpretaciones de los mismos sean capaces de despertar en el público un interés más allá de la mera curiosidad. El Ball, la obra de Irene Némirovsky que el Teatre Nacional de Catalunya presentó ayer en Can Ventosa es una de esas excepciones.
Anna Lizaran y Xaro Campos dan vida a una madre autoritaria y dominante y la hija que desea liberarse de esa sombra que la subyuga, si bien ninguna de las dos ha renunciado a demostrar el amor mutuo que las sigue uniendo. Francesca Piñón, que presenta sobre el escenario a dos personajes más y se encarga de poner la voz en off al padre ausente, supone un complemento interesante, especialmente en la parte de baile ideada por la coreógrafa Sol Picó.
En definitiva, una propuesta, difícil en algunos pasajes, pero con la suficiente fuerza como para despertar el interés del público.