A finales de los años 30 la prensa ibicenca continuaba planteando la necesidad de la construcción de un hotel. Esta era la condición necesaria para que la Isla se pudiera beneficiar de la corriente turística. Algún periodista local casi imploraba que hubiese un empresario ibicenco que se arriesgara a liderar el proyecto de construcción de un hotel, aunque a la hora de la verdad casi todos los que escribían en los diarios confiaban más en que sería un empresario de fuera el que lo haría, probablemente mallorquín.
Al final fue, tal y como relata Joan-Carles Cirer en su libro De la fonda a l'hotel, el médico Joan Villangómez Ferrer, perteneciente a una familia de farmacéuticos establecida en Eivissa desde hacía más de un siglo en la Isla y muy apreciado dentro de la sociedad ibicenca, quien aceptó la apuesta y se lanzó a la construcción de un hotel en Vila.
En el mes de octubre de 1930 se iniciaron las obras de construcción de un edificio de estilo neocolonial de tres plantas. El constructor fue el maestro Joan Gómez Ripoll, Campos, probablemente el más prestigiosos de Eivissa en aquel momento.
Sin embargo, hoy la nieta de Joan Villangómez Ferrer, Margarita Villangómez Marí, apunta que al lado de su abuelo estaba una tía del médico, «una tía que ejerció casi de madre y padre porque él se quedó huérfano de padre desde muy joven». Entre los dos comenzaron a construir el hotel. Eudoxia Villangómez Llombart, que así se llamaba, fue, según Margarita, «una persona muy emprendedora, algo muy llamativo para la época, también por el hecho de ser mujer».
Fue el 5 de junio de 1933 cuando finalmente abrió sus puertas el Gran Hotel Ibiza (hoy Montesol). Inicialmente contaba con 72 habitaciones y 126 plazas en total. Sus instalaciones eran de primera categoría: disponía de comedor, biblioteca, una gran cocina con electrodomésticos, y era en el mismo hotel donde se encontraba la oficina de información turística de la Isla. Su inauguración supuso un acontecimiento social de primer orden.
Tras las intervenciones de rigor, relata Ernesto Ramón Fajarnés en su libro Historia del turismo en Ibiza y Formentera, 1900-2000, se sirvió el primer menú del hotel: «Consomé Royal Printanier, Langosta a la Bellavista, Pollo diplomático, Espárragos de Aranjuez, Solomillo a la Broche, Ensalada, Copa de Peche Melba, Fresas y fruta variada, vinos de marca y champán».
Según recuerda ahora la jefa de administración de la sociedad que hoy en día posee una parte de la propiedad del hotel y su explotación, Nuria Bustamante, durante la Guerra Civil y parte de la posguerra, entre 1936 y 1945, el hotel fue utilizado por el Ejército. Margarita Villangómez apostilla que «lo requisaron para poder tener allí a los militares importantes, era sólo para los altos cargos que llegaban a Eivissa porque casi era el único sitio donde se podían alojar».
Poco después, gracias al Fomento de Turismo y a una nueva sociedad, se volvió a inaugurar bajo el nombre Hotel Ibiza. Fue entonces cuando se crearon los primeros paquetes turísticos ofreciendo los diferentes atractivos de la Isla, explica Bustamante. «El precio de la pensión completa oscilaba entre 55 y 65 pesetas, y una estancia de ocho días costaba unas 582 pesetas», añade.
El relato de la nieta del fundador incide en que la explotación de este hotel ha sido muy deprimente para la familia, «porque nunca se le sacó un gran beneficio. Enseguida empezó la Guerra Civil y se tuvo que alquilar, con lo que nunca volvieron ni las mismas ganas ni el ímpetu necesario para llevarlo». Aunque eso sí, comenta entre risas , «en mi casa ha habido sábanas y toallas para el resto de nuestra vida».
En 1958 pasó a llamarse Hotel Montesol y en 2002 fue declarado Bien de Interés Cultural.
Hoy, según explica Bustamante, el Hotel Montesol camina hacia la renovación a nivel estructural. «Es algo que tenemos pendiente desde hace tiempo, aunque tenemos que encontrar el momento adecuado porque es una inversión importante». Confirma que la fachada no se tocará, «por supuesto», pero lo demás sí.

«Carolina de Mónaco me salvó la vida aquel día»
Hay turistas que veranean en el Montesol desde hace «muchísimos años y cuentan unas anéctotas increíbles», comparte Nuria Bustamante. Es el caso de una señora mayor francesa que le contó que un día estaba tomando algo en la terraza del hotel con una amiga que estaba por primera vez en la Isla y le estaba diciendo que ése era un lugar muy importante, «haciéndose la interesante», pero la amiga le replicaba porque no le parecía para tanto. En aquel momento llegó Carolina de Mónaco y se sentó en la mesa de al lado. Fue entonces cuando la señora francesa se vio obligada a preguntarle a su amiga: «¿Lo ves?, ¿Te das cuenta como yo tenía razón y éste es un sitio importante?». La turista le confesó a Bustamante que Carolina de Mónaco le salvó la vida aquel día.