Luki Huber se ha especializado en la creación de artículos relacionados con la cocina. | Marco Torres

Lo de El Bulli no se había hecho nunca. Era una locura. Que haya un diseñador de producto diseñando en exclusiva para un restaurante no se había visto. Ahora se ha empezado a ver más. Le propuse a Ferran, 'vosotros ir dandome ideas y yo voy apuntando las horas y me pagas las horas'. Funcionó muy bien. Después de este primera experiencia que funcionó, probamos a ver que pasaba si durante un año un diseñador estaba en la plantilla. Al final fueron cinco», explica Luki Huber sobre sus inicios en El Bulli.
Durante el primer año estuvo diseñando, no sólo parte de la vajilla y la cubertería, sino también los utensilios que pudieran necesitar en el taller del restaurante para crear sus platos. «Trabajaba, por un lado en los aparatos y utensilios para cocinar. Los había que fueran encontrados, que ya existían como por ejemplo la máquina de hacer algodón de azúcar. Ellos hacían momia de salmonete envuelto en algodón de azúcar o el papel de flores», comentaba Huber. Su dinámica de trabajo la denominaban de «ping pong». «También hacían las primeras gelatinas calientes que eran tallarines. Pero claro, si puedes hacer tallarines también puedes hacer espaguetis. Sólo necesitábamos un molde. Tenían uno de pvc pero surgió el problema de cómo sacarlo de ahí. Entonces creamos un adaptador para el sifón con el que se rellenaba. De ahí la dinámica de ping pong», comenta. Luki Huber pasó muchas horas en la cocina de Adrià donde también veía aspectos del trabajo diario que él podía solucionar.
Su trabajo en El Bulli era como el que se hace en un laboratorio en el que además de la creatividad, también se trabaja con el ensayo- error. «Lo que me sorprendió fue la manera estructurada de cómo trabajaban la creatividad. Una cocina es como un polígono industrial en poco espacio, sino tienes mucha organización, no lo controlas. Allí tratan la creatividad con el mismo control. Esto es admirable», comenta.
Dos de las creaciones que hizo con Adrià fueron, por un lado, una pipeta en la que se servía la salsa que además era brocheta, por otro, una cuchara con una pinza donde se colocaba una hoja de menta, dependiendo del plato.
Luki Huber, que veranea en Eivissa desde hace unos diez años, presume con orgullo que sus padres le concibieron aquí, en la zona de Cap Martinet. «Esto me lo contaron mis padres cuando era muy joven y yo presumía de que había sido concebido aquí. Incluso decía que era ibicenco», explica Huber, que ahora está pensando ampliar sus estancias en Eivissa y residir aquí durante unos meses.
Su creatividad no tiene límites y una vez al mes organiza en su estudio de Barcelona reuniones para crear ideas y conceptos. «Unas doce personas en ocho horas crean unos 500 conceptos», comenta.
Ahora Huber, diseñador de productos, sin querer se ha especializado en la creación de utensilios relacionados con la gastronomía. «Me gustaría hacer diseños, que aunque tengan funcionalidad, sean, sobre todo, por estética. Por ejemplo, me gustaría diseñar zapatos», comenta este diseñador fan de un objeto como la silla.