El novelista, ensayista y poeta Vicente Valero en una fotografía de archivo. | DANIEL ESPINOSA

Vicente Valero (Ibiza, 1963) vuelve a estar de actualidad en el mundo literario desde hace apenas unos días. El motivo no es otro que la publicación por parte de editorial Periférica de su nueva novela, Duelo de alfiles. Se trata de su séptima obra en prosa y en él, el novelista, ensayista y poeta invita al lector a conocer a cinco de los más grandes escritores y pensadores de finales del siglo XIX y primeros del XX – los alemanes Bertolt Brecht y Friedrich Nietzsche, los checos Rainer Maria Rilke y Franz Kafka y su querido y admirado Walter Benjamin – a través de sus pasos por ciudades, países, escritos o cartas.

Este peculiar viaje comienza con una clara relación a su Ibiza natal, concretamente en la casa que tenía en Öresund, el estrecho que está entre Suecia y Dinamarca, el pintor vinculado durante muchos años a nuestra isla Jorge Castillo y después lleva al lector a la isla danesa de Fioni, para recrear las partidas de ajedrez que jugaban Benjamin y Bertolt Brecht; a la localidad suiza de Berg am Irchel para vivir como si estuviéramos allí los meses de desazón creativa de Rilke; al Turín de 1888 para vivir los últimos días de un Nietzsche que estaba a punto de perder la cabeza, o a la ciudad alemana de Munich, donde Kafka protagonizó en 1916 una desastrosa lectura en una galería de arte.

Tampoco faltan las referencias a Suiza. Todo ello a través de una novela que, según destaca la editorial en la contraportada del libro, «es singular y absorbente desde la primera página».

—Dice la editorial Periférica que Duelo de alfiles es «un libro singular y absorbente desde la primera página». ¿Por qué?
—Es un libro «singular» seguramente porque no tiene género definido. A lo largo de mi trayectoria siempre me ha gustado transitar por las fronteras entre la novela, el ensayo, la autobiografía… y, en este caso, también el libro de viajes. Y es que creo que, sobre todo, a lo que más se parece Duelo de alfiles es a un libro de viajes. Sin embargo, todo lo que yo escribo en prosa se mueve en el ámbito de la narración porque lo que más me gusta contar historias, narrar.

—Y el juego del ajedrez. Desde el mismo título, está muy presente en toda la obra...
—Sí, ya lo creo. El ajedrez aparece con insistencia en las cuatro partes del libro, desde que el narrador analiza la partida famosa entre Bertolt Brecht y Walter Benjamin en Dinamarca, de la que existen fotografías, hasta que asiste al Zurich Chess Challenge y comenta las partidas.

—¿Se considera un gran amante del ajedrez?
—Bueno, para mí hablar de este juego en el libro ha sido, por una parte, recordar buenos tiempos de mi infancia y adolescencia, ya que fue mi gran pasión en aquellos días. Además, también ha sido una manera de relacionar Duelo de alfiles con otros libros anteriores míos, como Los extraños o Las transiciones, en los que aparece también el ajedrez y sus vínculos familiares. Así que sí, se puede decir que siempre me ha gustado mucho el mundo del ajedrez.

—¿Por qué se ha centrado en las figuras de Nietzsche, Rilke, Kafka, Benjamin y Brecht?
—Los cinco son para mí autores muy próximos. Son personajes fundamentales en la literatura europea y creo, sinceramente, que en cierto modo, podría decirse que la literatura europea del siglo XX no se entendería sin ellos, sin su influencia. Creo que habría sido otra cosa muy diferente.

—¿Se ha sentido influenciado por ellos en su trayectoria?
—Sí. Me gusta afirmarme en ellos porque considero que mi tradición literaria, de la que, digamos, he bebido, no es solamente la española, sino la europea en general. Mi escritura les debe mucho también a ellos. Si hay algo en Europa bien definido y claro, consistente en su unidad, es su literatura, aunque esté escrita en muchas lenguas diferentes.

—Una vez más aparece Walter Benjamin en un trabajo suyo, ¿siente que ya es casi como de su familia?
—De mi familia literaria por supuesto que sí.

—Ha seguido la figura de los protagonistas por ciudades, islas, pueblos, cartas, diarios... ¿Cómo ha sido el proceso de elaboración del libro?
—Bueno, yo no he ido a buscarlos sino que, en mis viajes, me los he encontrado un poco por casualidad. Y creo que en el libro ha quedado bastante claro este proceso. Yo hablo sobre todo de mis viajes a Suecia, Dinamarca, Italia, Alemania y Suiza, así que se podría decir que el protagonista de este libro, por tanto, soy yo. Sin embargo, en cada uno de esos lugares, se me fue presentando un desvío inesperado que me llevó a estos autores y a lugares donde ellos estuvieron alguna vez por un motivo u otro. Y es entonces cuando mi camino se cruza con el suyo y decido investigar sus viajes y explicarlos.

—¿La novela Duelo de alfiles servirá para que el lector conozca algo más a personajes tan influyentes como los protagonistas?
—Servirá para que conozca algunos pequeños episodios no muy conocidos de sus biografías pero que yo considero muy relevantes, tanto para ellos como para la literatura europea del siglo XX.

—¿Cómo ha sido acercarse al Nietzsche de Turín? Allí el filósofo alemán perdió definitivamente la razón.
—Lo interesante ha sido recorrer los lugares que él mismo recorría diariamente o volver a leer allí mismo, en Turín, su último libro, Ecce Homo, por el que siempre he sentido una predilección especial, tal y como explico en Duelo de alfiles.

—Tiene pinta de que debió ser un viaje apasionante.
—Fue un viaje lleno de anécdotas. Fue curioso, por ejemplo, descubrir que la placa conmemorativa ubicada en el edificio donde vivió Nietzsche es de la época fascista, de la llamada ‘Era mussoliniana’. Como se sabe, los fascistas y los nazis se apropiaron del discurso de Nietzsche, malinterpretándolo y tergiversándolo. También fue muy interesante descubrir el cuadro de Caravaggio, ya en Génova, del mismo título que el libro, que Nietzsche tal vez pudo haber contemplado, con aquel Pilatos ceñudo y sombrío que hasta se parece un poco físicamente al filósofo… Sí, fue apasionante porque como en todo viaje, siempre surgen muchas sorpresas.

—Hay algunos escritores que dicen que es más apasionante documentarse que luego escribir. ¿En su caso ha sido así?
—No, en absoluto. Escribir es una experiencia maravillosa y única. Creo que en este libro se refleja también mi pasión por escribir, además de mi pasión por la literatura en todos los sentidos posibles. Ahora bien, dado que, en este caso, documentarse ha consistido sobre todo en leer y viajar, también puedo decir que ha sido un placer no menor que el de escribir.

—¿Por qué ha escogido la época de entreguerras para centrar este libro?
—Me fascinan muchas cosas de aquella época. Tengo la impresión de que todavía vivimos de la herencia recibida de aquella época y de sus dos grandes guerras. Podría decirse que, al menos ideológicamente, el siglo XX en realidad no ha terminado… Yo busco en mi libro los pasos y, sobre todo, las confluencias, vitales y literarias, de Kafka, Benjamin, Rilke y Brecht, con la filosofía de Nietzsche como paisaje de fondo. Pero también aparecen pintores como Paul Klee, Franz Marc o Lovis Corinth. Y todo porque trato de entender su situación, los orígenes y la fuerza de su creatividad, siguiendo sus movimientos en aquellos tormentosos y peligrosos días que ahora resultan inimaginables para nosotros.

—Políticamente, el período de entreguerras se caracterizó por la crisis de las democracias liberales y el ascenso de fascismos y movimientos de ultraderecha. ¿Se trata de un tema que vuelve a estar de actualidad?
—Está claro que los totalitarismos de derecha y de izquierda tentaron a muchos con sus promesas y sus cambios radicales. Fueron auténticos movimientos de masas que cambiaron radicalmente la política de Europa, como jamás había ocurrido. La democracia liberal burguesa parecía no tener ya soluciones para los problemas de la gente. Pero el caso es que al final estas mismas democracias liberales, de una manera o de otra, tuvieron que salvar a Europa de todo aquel delirio totalitario…

—¿Actualmente hay tentaciones para que repitamos errores?
—Puede ser. Desde entonces hay muchas personas que desean volver a algún tipo de totalitarismo. Pero eso sí, a ser posible mandando ellas porque no conozco a nadie que quiera volver a un estado totalitario como un simple paria.

—En tiempos de guerra o postguerra, ¿el arte se hace más necesario que nunca? ¿Y la literatura?
—Es interesante seguir las posiciones políticas de todos aquellos escritores de aquel tiempo, o incluso su relación con la guerra. Por ejemplo Franz Kafka hizo todo lo que pudo para alistarse en la Primera Guerra Mundial pero su jefe no se lo permitió porque lo necesitaba en su oficina de Seguros. Walter Benjamin acudió el primer día para alistarse con entusiasmo, pero al principio no fue aceptado y cuando se decidieron buscó con astucia librarse, hasta el punto de que llegó a simular varias enfermedades… Rilke no hacía más que quejarse, pues la guerra le impedía concentrarse para escribir su gran obra que tenía entre manos… Esto nos demuestra que a veces nos olvidamos de que, antes que artistas o escritores, eran seres humanos con sus deseos y sus miedos y en tiempos de guerra, lo importante era sobrevivir.

—¿Y después, en la posguerra?
—La posguerra, que fue también una preguerra, dio lugar sin embargo a un extraordinario florecimiento del arte y la literatura, cuya influencia ha llegado hasta nuestros días.

—Usted es un autor muy prolífico. ¿De dónde saca la inspiración en los tiempos que corren?
—Con los años, la memoria se convierte en una fuente de creatividad. Y así lo veo yo ahora. Y más de treinta años de escritura también es una experiencia inspiradora.

—¿Vivimos un buen momento para la literatura en España?
—Desde luego que sí. Hay muy buenos escritores.