Joan-Albert Ribas junto al cartel de la exposición elaborada con material de su propiedad que se puede ver hasta el próximo 9 de noviembre en Sa Nostra Sala. | DANIEL ESPINOSA

El ibicenco Joan-Albert Ribas Fuentes es todo pasión cuando habla de su hobby, el coleccionismo de libros y publicaciones relacionadas con Ibiza. Una pasión que sube exponencialmente el nivel y se convierte en erudicción cuando el tema gira hacia las guías, los folletos, los mapas, las postales y hasta las etiquetas que tienen que ver con su isla. No en vano, este licenciado en Filología Catalana por la UIB, director de El Pitiús entre 1989 y 2001, director y coordinador de cursos para la UIB y La Caixa, primer técnico de normalización lingüística por oposición en las Baleares para el Consell d’Eivissa en 1991 y actualmente trabajador en la máxima institución de la pitiusa mayor puede presumir de tener una colección de más de 600 títulos, más de la mitad relacionados con el turismo de Ibiza y Formentera.

Gracias a ello y a su minucioso trabajo de recopilación y archivo los ibicencos podemos disfrutar con la exposición Eivissa a través dels llibres de viatge, les guies i altres impresos. Col·lecció Joan-Albert Ribas que se puede ver hasta el 9 de noviembre en Sa Nostra. Allí hay más de 150 libros, revistas de viajes, postales, guías, mapas, anuncios y otros materiales curiosos de su propiedad que sirven para hacernos una idea de las descripciones y opiniones que han tenido los que nos visitaban desde el siglo XIX hasta este 2018. Hasta el momento, la han disfrutado más de 400 personas, entre ellos muchos estudiantes de Bachillerato que han encontrado en la muestra «una forma diferente, divertida e interesante de acercarse a nuestra historia».

—La exposición es espectacular. Cuando termine, recoja todo y la tenga que volver a llevar a su casa, ¿le van a echar?
—(Risas) Bueno, eso es algo que está en trámites. Es algo que no está cerrado todavía pero esperemos que no.

—¿Cómo empezó esta aventura?
—Fue hace casi 40 años, cuando me marché a estudiar a Palma, primero Ciencias Sociales y después Filología Catalana, y empecé a frecuentar libreros de viejo, librerías antiguas o ferias de libro de ocasión porque descubrí que vendían libros increíbles que hasta entonces yo sólo había visto en las bibliotecas de Ibiza.

—¿Recuerda cuál fue el primer libro que compró?
—Por supuesto. Como si fuera ayer. Fue la obra completa de la Historia de Ibiza de Isidor Macabich en una librería de viejo. Tenía cuatro volúmenes más otro dedicado a literatura. Recuerdo que me compré incluso una bolsa para llevarlo. Aunque no iba sobrado de dinero era una oportunidad única que no podía dejar escapar.

—Y de ahí a todo lo que tiene ahora.
—Pues sí. Casi sin darme cuenta fueron cayendo otros como el primer almanaque El Pitiús de Joan Castelló i Guasch, de 1945, los volúmenes de las Rondalles de este mismo autor y obras de Marià Villangómez. En fin, que creo que ahora tengo unas 600 obras que estoy empezando a clasificar.

—¿Y por qué se especializó en guías y libros de viajes?
—Porque a todo el mundo le gusta saber qué es lo que dice la gente sobre el país o la tierra en la que ha nacido. Y yo, como ibicenco, no soy una excepción.

—¿Es cierto que los primeros viajeros que llegaron a nuestra isla para hacer libros o guías venían asustados ante lo que se iban a encontrar?
—(Risas). Sí y eso se lo debemos al libro Los muertos mandan que escribió Blasco Ibáñez en 1909. Los novelistas pueden exagerar o cambiar lo que les parezca para que la historia parezca más espectacular pero en esta ocasión, con todo lo referente al festeig pagès, se pasó bastante. Nos puso como si viviéramos en el salvaje oeste de Estados Unidos y si bien es cierto que en Ibiza había riñas por una mujer o por el honor de una familia no era muy diferente a lo que pasaba en otras partes de España a principios del siglo XX.

—Afortunadamente esa mala imagen no era real y luego todos se marchaban con un gran sabor de boca...
—Es cierto. Solo hay que leer aquellas primeras guías en las que los viajeros resaltan lo amables y serviciales que eran los ibicencos en el trato y todo lo que se habían volcado con ellos. Incluso, es curioso lo mucho que les llama la atención las higueras ibicencas. Creo que daría para escribir casi una tesis sobre cómo se quedaron impresionados ante la calidad de sus distintas variedades y ante los estalons, esos soportes de madera que se colocan en los árboles para que no se hundan.

—Eso fue a principios del siglo XX pero, ¿cuánto le debemos al archiduque Luis Salvador de Austria?
—Muchísimo. Él fue el primero que escribió sobre nuestra isla con la mentalidad de un escritor de viajes. Llegó en torno a 1860 a Ibiza con una corte enorme de dibujantes e investigadores y su trabajo fue de tanto nivel que mucho tiempo después autores alemanes lo siguieron reproduciendo con su permiso. Incluso, ha habido mucha gente que ha impreso sus grabados para tenerlos en su casa.

—¿Y a las Guías de forastero?
—También mucho. Eran una especie de Quién es quién que se publicaron en torno a 1850 para describir quién ocupaba cada cargo público en la administración o en la iglesia. Sin embargo, no se pueden considerar guías como tal porque no se hacían descripciones geográficas ni se incluían fotografías de paisajes o construcciones.

—Entonces, ¿cuándo se da el salto a las guías con fotografías?
—Antes de lo que te podría parecer. A principios del siglo XX hay un libro que marca un antes y un después. Lo publicó en 1907 Margaret D’Este bajo el título de With a camera in Majorca [Iviza and Menorca] y más allá de que ella fuera la primera mujer que hablara de nuestra isla desde una perspectiva viajera, el libro cuenta con unas fabulosas fotografías hechas, por cierto, por su madre. Después, en 1909 Arturo Pérez Cabrero también recoge en su guía fotografías preciosas de la vida en Ibiza.

—¿Qué era lo que más llamaba la atención a aquellos primeros escritores de viajes?
—Además de las higueras, tres cosas por encima del resto. Hasta los años treinta del siglo pasado todos alucinaban con la riqueza paisajística y los paisajes vírgenes de las Pitiusas, con nuestra riqueza arqueológica y con los vestidos, las joyas, los bailes y las canciones, digamos ancestrales, que no se encontraban en ningún otro lugar del Mediterráneo ni de Europa.

—Una riqueza arqueológica de la que muchos se aprovecharon.
—Desgraciamente sí. Ten en cuenta que estamos hablando de unos años en los que no había ningún tipo de normativa ni protección sobre el patrimonio y eso lo aprovechaban muchos visitantes para organizar viajes y arrasar con todo lo que encontraban sin declararlo.

—En la exposición se habla de un parón muy grande en la calidad de las guías tras la Guerra Civil. ¿Tanto se notó?
—Pues sí. Pasamos de la primera mitad de los años treinta, considerada como el inicio del boom turístico con la apertura de tres grandes hoteles en la isla, a la llegada de la Guerra Civil, la postguerra y la Segunda Guerra Mundial. Fueron momentos muy duros que se notaron en las publicaciones que se hacían. Eran mucho más austeras y con un papel mucho más económico que aunque no afectaban a la calidad literaria de las guías diferían mucho de los acabados tan bonitos y elaborados que había en los años 30. El principal problema era que no había dinero para este tipo de publicaciones.

—¿Cuándo volvemos a recuperarnos?
—A finales de los cincuenta y principios de los sesenta se empieza a notar cierto repunte en la calidad. Los malos tiempos van pasando y los viajeros y periodistas regresan a Ibiza. Además, coincide con la inauguración del aeropuerto y con la recuperación de la industria hotelera.

—¿Vivimos el auge del color como en el cine?
—(Risas). Bueno, el color ya empieza a ser protagonista a finales de los años 60 con la llegada de los hippies y de muchos artistas. Es un momento en el que los extranjeros no son ya turistas. De hecho, Josep Pla, en una de sus famosas guías sobre Ibiza editadas en la época, asegura en un pie de foto en el que se puede ver a una pareja de extranjeros sentada en un bar: «Ibiza, la isla donde los extranjeros no son turistas».

—¿Qué se encontraban entonces los creadores de esas guías de viajes?
—Una Ibiza sorprendente con una colonia muy importante de extranjeros, bohemios, que se habían instalado por nacionalidades en lugares como la Marina, Sant Carles, ses Figueretes o Santa Eulària. Además, la estructura de los años 70 ya empieza a ser parecida a la de ahora con una interesante planta hotelera y mejores carreteras, incluyendo la que comunicaba con Cala Sant Vicent, que fue la última que se construyó.

—¿También se encontraban con problemas o era todo muy idílico?
—(Risas). Había un poco de todo. Eso lo vemos sobre todo con las postales que hablan de Ibiza y que también he ido recopilando a lo largo de los años. Para la exposición he jugado a darles la vuelta, con lo que por un lado aparece la fotografía o el dibujo que las ilustraba y por el otro el texto escrito, siempre respetando la intimidad de sus remitentes. Y ahí podemos encontrar que hay gente que habla muy bien de las aguas cristalinas de nuestras playas pero también hay quien se queja de los problemas con los horarios de autobuses o de las carreteras. En fin, que hay cosas que, desgraciadamente, no han cambiado tanto con el paso de los años.

—Es una pena pero ya nadie manda postales. ¿A las guías les pasará igual? ¿Quedarán olvidadas por las nuevas tecnologías?
—De momento no hay que alarmarse demasiado. A pesar de las nuevas tecnologías y las aplicaciones de los teléfonos móviles se siguen haciendo guías y mapas en papel. De hecho, por ejemplo, la editorial Petit Futé sigue haciendo guías sobre Ibiza todos los años y Lonely Planet sigue muy vigente. Ahora la gente las combina con las aplicaciones y siguen siendo muy útiles.

—Pero no me negará que cada vez se hacen menos cosas en papel...
—Sin duda. No le niego que con el paso del tiempo seguramente las guías y los mapas acabarán siendo meros objetos de coleccionistas, como lo son los sellos o los muñecos Madelman. Pero estoy convencido de que, afortunadamente, aún falta tiempo para ello.

—La última. Me han dicho que ahora le ha dado por coleccionar etiquetas de hoteles...
—(Risas) Sí, es cierto. No puedo parar. Desde hace un tiempo me gustan especialmente las etiquetas que se daban en los hoteles de Ibiza, esos que hace tiempo, cuando viajabas cosías a tu mochila o a tu maleta para presumir de los sitios en los que habías estado. Son auténticas joyas de diseño, preciosas, y por eso ahora se han convertido en mi nuevo objetivo. De momento tengo unas doce o catorce que también se pueden ver en una vitrina de la exposición.