Antonio Molió dedicó toda su vida laboral al mar. | DANIEL ESPINOSA

Es jueves, día de apertura del Club de jubilados y pensionistas del mar de Ibiza y Formentera, en la Casa del Mar. La directiva se reúne para preparar sus actividades y recibir a los posibles visitantes del pequeño museo del mar que tienen en sus instalaciones. Su presidente, Antonio Molió (Eivissa, 1937), recibe habitualmente a las visitas. Durante el curso escolar reciben visitas de colegios e institutos cada semana, pero cualquier particular o grupo puede conocer la riqueza de años de donaciones por parte de sus socios. Artes de pesca, equipo de radio, herramientas y piezas de barco. Las maquetas de veleros permiten hacerse una idea de dónde iría cada una de esas piezas. Molió va señalando mientras lo explica. Hasta que se jubiló, pasó toda su vida en el mar. Como pescador primero, y después como marinero, como cocinero de a bordo o como patrón. Ahora prefiere la vida en tierra firme, pero su relación profesional con el mar comenzó muy pronto.

Niños sin tiempo de jugar

La vida de pescador estuvo siempre presente en su casa. Su padre era marinero, su abuelo era pescador, y su bisabuelo también. No conoció otro trabajo que no sea el mar. Barcos, barcas, botes y chalanas. Dice orgulloso no haber ganado ni una peseta que no viniera de trabajar en el mar.

Cuando comenzó a trabajar tenía 8 años. Iba a la escuela a Sa Graduada. Como a muchos niños de hoy día le iba a recoger su abuelo, pero no se iban a casa a comer o al parque. Embarcaban por las tardes en una chalana con seis piezas de red para ir a pescar.

Con esa edad él se encargaba de remar. Ya sabía nadar, y eso era suficiente para poder salir al mar a echar una mano.

Su casa estaba al final del muelle, en el 79 de la calle de la Virgen. Vivió siempre con normalidad la dureza de la vida del pescador, que en invierno o en verano no respetaba las fiestas de guardar. Se salía de domingo a domingo. Siempre y cuando hiciera buen tiempo.
No contaba diez años cuando embarcó con un señor que tenía un bote sin cubierta al que llamaban Tiparreta. Pescó también con un chinchorro o boliche por dentro del puerto, cuando todavía se pescaba mucho cerca de Vila. Después paso por la embarcación de un tal Tio Santo. Con 12 años ya tenía más experiencia de trabajo que muchos jóvenes de hoy con el doble de años.

Trabajó en otras tantas embarcaciones pequeñas, pescando con palangre, con teranyina… Cuando obtuvo la libreta marítima, con 14 años, la edad legal para empezar a trabajar, ya tenía experiencia con casi todas las artes de pesca.

La libreta le permitía ir enrolado en las embarcaciones con un seguro y trabajar en condiciones óptimas. A efectos laborales, ya eras un adulto.

Al cumplir los 15 embarcó en un bou con su primo, Toni Molió Rompescotas. En aquel barco, y a pesar de su edad, ya cobraba lo mismo que un adulto. «El patrón era muy amigo de mi padre y me embarcó, pero no se acostumbraba que a los chicos de mi edad se les embarcara ganando el mismo salario que un adulto», explica. En aquella época a los jóvenes se les enrolaba como grumetes y ganaban mucho menos que los pescadores adultos.

Allí estuvo trabajando hasta los 20 años, cuando le llamaron para hacer el servicio militar en la Marina.

Salida a conocer mundo

Tras los dos años de servicio volvió a Ibiza, donde embarcó en la misma barca en la que había trabajado hasta los 20. Pero sólo se quedó esta vez un año. Sus aspiraciones cambiaron. Quería recorrer el mundo «como casi todos los jóvenes en aquella época». Salir de Ibiza y ver que había más allá del mar. Y se hizo marino.

Cuando decidió dejar la pesca, cuenta que el patrón le dijo: «Aquí comes bien y ganas alguna perra, si te vas a navegar ganarás alguna peseta más, pero comerás muchas sardinas de lata».

Cosas de la vida terminó siendo él el cocinero, por ser el más joven de a bordo. Dice que al principio le costó aprender, pero que con el tiempo se comía bien. El menú era casi siempre el mismo: bullit de peix y paella.

Fueron años de dormir poco. Tenía que limpiar los cacharros después de comer y de cenar. Dormía dos o tres horas y otra vez a preparar la siguiente comida. Sus compañeros también tenían que aguantar largas jornadas de trabajo. Por eso cuenta que la cafetera siempre estaba en marcha y una olla de chocolate para poder ir cogiendo fuerza.

Estuvo en Naviera Mallorquina en torno a 15 años. Pasaba de un barco a otro y allí estudió para convertirse en Patrón Mayor, y de ahí pasó a mandar en algún barco y llegar a ser segundo y primer oficial.

Vuelta a Ibiza por amor

En uno de sus viajes entre Mallorca e Ibiza conoció a su mujer y empezó a plantearse su regreso. Estuvieron en torno a un año festejant hasta que se casaron. Había que sentar la cabeza, y encontró una compañía ibicenca que tenía barcas para hacer excursiones a Formentera y alrededor de la isla que le pidió si podía trabajar con ellos. Aceptó.

En aquella época todo eran barcos de madera. Una hora y diez minutos era el trayecto a Formentera. Eran barcas pequeñas pero con plazas muy juntas. Llevaban hasta 240 personas. Se recorría tanto Ibiza como Formentera. Casi siempre se paraba en s’Espalmador y en ses Illetes donde pasaban todo el día. Incluso les hacían paellas a los turistas. «Era una época de ganancias», cuenta Molió.

Estuvo unos 16 años, hasta que se jubiló en diciembre de 1999. En ese tiempo vio como se ‘jubilaba’ a las barcas de madera, llegaban las barcas de hierro y empezaban a surcar es Freus los primeros catamaranes.

Desde su jubilación lo más cerca que ha estado del mar es cuando se organiza el programa municipal Feim Barri en Talamanca.

Confiesa que ya se ha hecho a la vida en tierra firme. «Hay muchos que se van de vez en cuando con su barca a pescar o a pasear. Pero yo, si te digo la verdad, al jubilarme compramos un solarcito y nos hicimos un casa en Sant Jordi. A mi ya me gusta más la vida de tierra que la de mar. De joven me encantaba pescar con volantín y salir a pescar calamares. Hoy por hoy estoy allí en Sant Jordi los fines de semana, tengo mi tractor, unas pocas gallinas y me entretengo todo el día».

Club de jubilados del mar

Otra buena parte de su tiempo la dedica al Club de jubilados y pensionistas del mar. El club que preside desde hace 17 años ha decaído bastante desde sus inicios en los años 80. «Teníamos socios de por toda la isla de Ibiza. Fueron un número que no tiene nada que ver con la gente que son ahora. Con el tiempo el número pescadores ha ido disminuyendo y hemos tenido que meter socios que no son gente del mar» explica.

Dice que a los pescadores les parece que esto de apuntarse a un club de jubilados no les toca, que ellos todavía no son suficientemente viejos cuando se acaban de retirar. «Y una persona cuando se jubila con 65 años no es ningún joven» considera. Aún así dice que a él también le pasó. Cuando se jubiló a los 63 años le parecía que «eso del club» era para los viejos, que él era muy joven, y sin embargo iba algunos días.

El presidente que había en aquella época, en el año 2000, estaba malo y no se encontraba en condiciones para seguir ejerciendo el cargo. Le ofrecieron el puesto de presidente, le dijeron que si con el tiempo se cansaba que lo dejara y se acabó. «Pero una vez que estás dentro este mundo te parece tuyo», dice, y así desde el 2001 está de presidente.

Menos socios

Los primeros años el club era el único que había para jubilados del mar. Tenían pescadores de toda la isla. Pero empezaron a nacer clubs en todos los puertos, y la gente empezó a preferir quedarse en el club de su pueblo.

Explica que antes tenían un bar en el club que tenía espacio para todo aquel que venía. Pescadores, paseantes y todos aquellos que corrían por el paseo Juan Carlos I, tenían ese punto como parada estratégica. Pero cuando se les pasó del piso de arriba de la Casa del Mar al de abajo y se instaló la Delegación del Gobierno el bar se quitó y se hicieron oficinas.
«Este club ahora ha quedado un poco muerto, porque antes con el bar venía más gente y se acercaban pescadores» que según cuenta hacían tertulias sobre la vida en el mar.

Ahora mantienen actividades de gimnasia y baile, y de vez en cuando celebran comidas.
Y por supuesto está el museo, con objetos aportados a lo largo de los años por todos los socios. Una colección que cuentan, si lo enseña Antonio, el relato de la tradición pesquera de la isla. Piezas sueltas que forman parte de la vida de los pescadores y de la historia de la isla.