Los cuatro grandes cruceros atracados ayer en los muelles de es Botafoch, donde se registró una gran actividad durante todo el día. | Arguiñe Escandón

Las calles de la Marina, Dalt Vila y Vara de Rey bullían ayer con miles de extranjeros, como si fuera el mes de agosto. Pero era 6 de junio y el motivo era la escala de cuatro cruceros en la isla con capacidad para más de 10.000 personas. Los autobuses lanzadera fueron y vinieron desde los muelles de es Botafoch a la estación marítima a partir de las 08.00 de la mañana. Pocos minutos antes habían atracado el Mein Schiff 6 con una capacidad para 2.534 pasajeros y 295 metros de eslora, y el Celebrity Reflection, con capacidad para 3.030 pasajeros y 319 metros de eslora. Ya a las 10.45 atracó el Aidastella, un crucero de 253 metros de largo y que puede albergar hasta 2.700 pasajeros. Y el último en llegar a puerto fue el Costa Victoria, a las 11.21 horas, en el que pueden navegar hasta 2.390 personas y con una longitud de 250 metros.

Sobre las 11.30, Nadia ya estaba terminando de colocar los ‘burros’ con la ropa en su tienda de souvenirs de la calle del Mar. Para esta vendedora, la Marina ya no es lo que era hace más de 20 años cuando ella empezó. Hay mucha más competencia y considera que los días de escala de crucero no llenan las tiendas tanto como solían.

No sólo por la competencia. «Antes los descargaban a todos en el puerto, pero ahora los mayoristas ya les tienen preparadas las excursiones por la isla y a los que se quedan se los llevan a los restaurantes o los bares que ellos quieren», se lamenta. Unos recorridos que, sospecha, que recorren locales por amistad o afinidad y que al resto no les llega esa afluencia de clientes.

Todo incluido

Se trata de un problema que sufren también los hosteleros que llevan restaurantes. Juan Riera, de Ca n’Alfredo indica que el viajero de crucero no se sienta a comer. Lo tiene todo incluido en el crucero. «Ha habido movimiento, pero viene a tomarse una coca-cola, un café, como mucho un sandwich...», indicaba Riera, que explicaba que había puesto a funcionar el servicio de desayunos para captar a estos clientes. El presidente de Pimeef Restauració indicaba su interés por que se promocione el servicio de traslado en barca dentro del puerto, desde el muelle de cruceros a la fachada marítima. A la empresa concesionaria de este servicio no se le permite publicitarse, según contaba el propio Riera, y es la que puede acceder de un modo más directo al puerto.

Esa barca es la que trae a muchos de los clientes que se toman algo en la heladería Los Valencianos. Fina lleva 43 años atendiendo a los clientes en este negocio. Para ella, la limitación de acceso para los taxis ha hecho que la zona pierda un poco de vida y pide más flexibilidad para la entrada de vehículos de transporte público. Aún así en la heladería notan mucho la llegada de cruceros al puerto. Reivindica que vuelvan a organizarse eventos en el puerto. «Antes había verbenas en San Juan, se hacían conciertos…», ahora, explicaba, todo eso se ha perdido, y era algo que daba mucha vida al barrio.

Stewart y Linda paseaban sobre esa hora por el puerto. Sentados en dos bolardos del puerto observaban el velero y los yates amarrados junto a la plaza de es Martell. Acaban a llegar a puerto desde el Celebrity Reflection. No tienen pensado comprar nada, pasearán por la mañana por Ibiza y se irán a comer al barco que se va a las 19.00 horas.

Son el ejemplo de «típico turista de crucero» que ponía Lorena Zomeño. Trabaja en ‘El Ramón’, una tienda gourmet frente al Mercat Vell. «Compran un llaverito, un bolsito, miran mucho pero luego no compran nada», decía esta dependienta, aunque depende del poder adquisitivo la persona. «Comprar le cuesta más a un francés que a un alemán, el francés es más rácano, al alemán le gusta y se lo lleva», ponía como ejemplo.

A Alejandra, que trabaja en un puesto de Sal natural y hierbas del Mercat Vell, le parece que en general los turistas no pasan por allí. Bueno, sí pasan, pero suelen ir con su guía y cuando los «sueltan» no van de compras. En su opinión, los días de cruceros apenas se notan en la caja. Aunque el de ayer, preguntada más adelante en el día, sí se notó.

S’espardenya es una tienda pequeñita de calzado de tela, esparto y pita de calidad que lleva funcionando en la plaza de los Desamparados, en Dalt Vila, desde hace 35 años. María Rodas lleva cinco años como dependienta. Considera que hace algún tiempo sí vendían más, pero ahora las espardenyes se han puesto de moda y las tiene todo el mundo. Pero las que venden en tiendas de souvenirs no son de la misma calidad, considera. Una calidad que no mira el turista de crucero. La llegada de esta clase de turistas se nota, pero en general miran mucho y compran poco.

Sara Mazzolini tiene la tienda Pitiusa justo en frente. Ella es más negativa y dice que la llegada de cruceros no se nota en nada. El año pasado seguía atentamente el informe de todos los cruceros del año que pasa la Autoridad Portuaria a los comerciantes que lo solicitan, pero este año no le ha hecho ni caso. Indicaba, además, que a la mayoría de los turistas se los llevan a los mercadillos del norte de la isla o, incluso, directamente a Formentera. «Prefiero cuando no están los cruceros», sentencia, arguyendo lo mismo que María: «Miran mucho y compran poco».

A medio día Nadia, la vendedora de la calle del Mar, estaba más contenta. Iba bien. Mucho mejor que ayer. Se había notado la llegada de los más de 10.000 cruceristas que desembarcaron los cuatro cruceros.