Asunción Pablos.

La doctora Asunción Pablos vino a Ibiza en mayo de 2000 «a probar suerte» por una oferta de trabajo de la Policlínica del Rosario que buscaba entonces un médico internista con experiencia en Cuidados Intensivos. «Vine y aquí sigo 18 años después. Estoy muy contenta», confiesa.

¿Por qué decidió venir a Ibiza?

—Vi el anuncio de la Policlínica en la que pedían un médico y me vine a probar suerte. Me encanta viajar, lo de venirme a Ibiza fue sin problema. Me encontré muy a gusto, la posibilidad de trabajar, de tener medios y un trato con el paciente que no lo pierdes. En hospitales más grandes no tienes una relación tan personal y humana.

Es un trato más deshumanizado.

—Sí, porque es imposible mantener esa relación. El paciente es el paciente y en la medicina hospitalaria un día lo ve un médico y otro día otro. También por la posibilidad de tener unos medios técnicos y humanos y que como internista pueda ver todo tipo de pacientes.

¿Eso no le supone llevarse el trabajo a casa?

—Lo humano te lo llevas a casa, porque por mucho que sepas de técnicas psicológicas hay historias que te las llevas. Pero, de algún modo, aprendes a intentar dejar los problemas en el trabajo, porque si no no vives. La pena te las llevas casa porque no nos ayuda en el trabajo, el médico tiene que ser objetivo y ver donde puede curar. Cada paciente es distinto. Cuando conoces a alguien y lo pierdes haces tu duelo.

¿Cómo recuerda su primer día de trabajo?

—Fue como residente. Empecé a trabajar en enero de 1993. Estaba más pérdida que un ocho pero en Segovia había mucha tradición de formar residentes, recuerdo que éramos una piña y nos ayudábamos. En la formación vía MIR, si está bien hecha, te van soltando, no te dejan sola. Recuerdo mi primera guardia con una angina de pecho y el médico adjunto me decía Tu sabrás, que eres médico. Estás asustada porque por mucha teoría que estudies otra cosa es la práctica. En este trabajo la experiencia es maravillosa porque da más seguridad y aprendes mucho más a enfocar los casos con las personas. No hay dos pacientes iguales y tienes que llegar a todos. Recuerdo mi primer día aquí, éramos muchos menos médicos. Empecé con otras dos compañeras que acababan de llegar, vivíamos en el mismo edificio, había una relación personal que ayudó que fuera todo más fácil y me encontrara muy a gusto.

Ya lleva 18 años.

—Sí, me enamoré de un ibicenco y eso también hace que siga, que mi casa esté aquí. También voy mucho a Salamanca porque mis padres están enfermos y estoy en una época de tener que ir.

¿Cuál ha sido hasta ahora el mejor momento de su carrera y la peor experiencia?

—Mejores hay muchos. Cuando ves que a un paciente le ayudas y va bien o que ha estado muy malito y consigues que vuelva retomar su vida. Peores también, porque en 25 años de profesión pierdes personas. La vida es eso pero algunos han sido más que pacientes y eso duele. El duelo es humano. La pérdida la sientes. Cuando trabajaba en la UCI las historias eran más terribles porque ves gente que se queda con secuelas, por accidente o enfermedad. Si sacas un paciente de una parada, te da un subidón. Encuentro más satisfacción en lo que cuesta más, en el paciente crónico que tiene muchas cosas y consigues que viva mucho tiempo lo mejor posible. Nosotros técnicamente no hacemos nada, escuchamos, vemos al paciente globalmente y le damos a la neurona. Esa es nuestra aportación.

Pero un médico tiene muchos años de estudio detrás.

—Sí, sí, como otras carreras, pero no hacemos el trabajo solos. Las enfermeras son las que cuidan al paciente en la planta o los cuidadores en casa. Yo soy el director de orquesta pero se necesitan muchos instrumentos. A mí me alucina los que cuidan a los pacientes. El médico es uno más en esta rueda. Es muy importante el trabajo en equipo, tener buenos compañeros y buenos rollos.

¿Qué le aporta su trabajo?

—En mi satisfacción personal, el 90%. El 10% me lo da la vida y me adapto como puedo, en la familia y el amor. El trabajo depende de mí. Soy muy independiente y no me gusta depender de nada ni y ni de nadie. Este es mi reino (risas).

¿Ha deseado alguna vez dedicarse a otra cosa?

—Era muy buena estudiante y me encantaba la Biología. Una de mis mejores amigas hizo Biológicas y yo me di cuenta que aquello no era para mí, que lo que me gustaba era la fisiología del cuerpo humano e hice Medicina. Eso sí, siempre quise ser internista que aunque nadie sepa para qué servimos, servimos para mucho. Creo que es la esencia de la medicina clínica. Es una especialidad muy importante, básica, de interrelación con otros servicios.

Imagino que se quedará en Ibiza hasta que se jubile.

—Me da un poco de pena la masificación en verano. Me encantaría poder irme de aquí en julio y agosto. De Ibiza me gusta la tolerancia y el ambiente cosmopolita, la vida de aquí. Salgo mucho de la isla porque me gusta viajar. Para una mesetaría como yo, la isla no se me ha quedado pequeña. Me encanta el mediterráneo y el clima.

Dice que le gusta viajar. ¿Hay algún destino pendiente y dónde le gustaría regresar?

—Tengo pendiente viajar a Australia y Nueva Zelanda pero mientras mis padres estén enfermos no me quiero ir tan lejos. Me encantó Zanzíbar y me sorprendió Panamá, Bocas del Toro, por las playas, no es un turismo masificado. Me gusta mucho Centroamérica, Londres, París, Nueva York y espero volver.