El neurólogo Alberto de Castro Torres. | MARCELO SASTRE

El doctor Alberto de Castro conserva una memoria prodigiosa. Reside en Ibiza desde el año 2000, pero su vínculo con la isla se remonta a su infancia ya que su madre era ibicenca. De hecho, recuerda que cuando era pequeño venía a Ibiza para que le tratara una curandera de las hernias inguinales antes de que lo operaran a los nueve años. Cada verano se desplazaba a la isla con unas tías suyas en Sant Rafel. «Recuerdo que había un olor a frígola que ya no existe y los higos secos en el campo», rememora.

¿Cómo fue eso de venirse a vivir a Ibiza?

—Por interés mío personal, porque mi madre era ibicenca. Estuve diez años trabajando en Palma y surgió la posibilidad de venir a Ibiza. Antes del 2000 venía sólo para operar y me marchaba. Dejé la Seguridad Social y pedí una excedencia. Estuve hasta 2013 cuando se rompió el convenio de la Policlínica con la Seguridad Social y sólo se hacen las urgencias. Es una lástima que se rompiera porque llegamos a operar a 180 enfermos de traumatismos cranoencefálicos, de tumores y de columnas.

Pero usted está jubilado.

—Me han obligado. Estoy jubilado desde hace dos años. En 2013 sufrí una malformación arteriovenosa y me tuvieron que operar, me abrieron la cabeza. Estuve en coma, sin poder andar, en silla de ruedas, y pasé siete meses en rehabilitación.

Es decir se ha metido en la piel del paciente.

—Exactamente. Después de esa rehabilitación volví a operar. Me cogieron enseguida. Salía de un quirófano y me di cuenta de que me caía, llame a una compañera, me metieron a la UCI y perdí el conocimiento.

¿Cual es su situación?

—Estoy jubilado. Sólo opero si me lo piden. Como médico forense excedente puedo hacer valoración de daño corporal, asesoramiento médico legal, errores médicos, incapacidades o lesiones de trabajo.

¿Cómo es su vida?

—Tengo muchas cosas que hacer. Con mi trabajo de medicina forense me llaman de Barcelona, de Madrid, de todos los sitios de España. Si una persona cree que le han hecho una cosa mala pero está bien hecha se lo digo y si no, le digo que tiene un recorrido. Sigo vinculado a la medicina. Pagaría otra vez para volver a operar.

¿Tendrá otras aficiones?

—La historia me encanta.

¿Recuerda cómo fue su primer día de trabajo?

—Cuando acabé la carrera estuve en el hospital 18 de julio de Palma con un gran traumatólogo y preparando las oposiciones de medicina forense. Era un hospital civil militar y en las operaciones se abrían a veces las ventanas y entraban las moscas. Tenía que ir la enfermera matándolas.

Vamos, que no eran las condiciones higiénicas más adecuadas.

—Perfectas, como la guerra de Siria. Antes en la neurocirugía no había TACs ni resonancias magnéticas. Nada de nada. Hacíamos craneotomías a mano con sierras y he operado localmente diciéndole al paciente que no se moviera. He visto cirugías con aneurismas en Alemania en los años 70 en las que le decías al enfermo que moviera el brazo o el aneurisma se reventaba y escuchabas el follón del quirófano porque el paciente se moría. La neurocirugía de antes era una cirugía de guerra. No se lo puede ni imaginar. La hemos hecho evolucionar nosotros, los de mi generación, pero no le ha salido gratis a nadie.

¿Y la mejor experiencia en su carrera?

—Cuando estudiaba Medicina en Alemania y estaba pensando en ser neurocirujano. Me impactó mucho que vino un niño con un traumatismo cranoencefálico, se le hizo una angiografía y se vio que había una hematoma. El niño no hablaba, se opera y al cabo de media hora empezó a a hablar. Pensé que era un milagro.

¿Y la peor experiencia?

—Fue poco antes de volver de Alemania a España. Siempre me arrepiento. Fallé y me cabreé. Vino un hombre con un clavo metido en la cabeza, hablaba contigo, no había lesión neurológica y, por falta de experiencia, le quité el clavo y fue un desastre total. Duró el enfermo dos minutos.

No es fácil que los médicos reconozcan los errores.

—Yo sí porque tengo una mentalidad jurídica. Cuando me he equivocado he intentado arreglarlo. He salido del quirófano y si me he equivocado he tenido la decencia de decírselo. Una vez tenía tres enfermos muy urgentes, tenía que hacer una craneotomía y me equivoqué de lado. No llegue a hacerla, pero corté la piel. Nunca he tenido problemas gordos porque soy muy cuidadoso. Hay un libro de neurocirugía que dice que no hay que hacer daño a nadie.

Esta tan entusiasmado con la medicina que no sé si preguntarle si se planteó alguna vez dedicarse a otra cosa.

—Salvaría gente. Me marcharía a rescatar gente que se cae al mar. Yo digo que como me den una oportunidad me marcho a Siria y me dedico a operar cabezas. Nosotros hemos hecho medicina de guerra.

¿No ha pensado nunca en escribir un libro?

—Me he planteado hacer unas memorias pero me falta encontrar a alguien que me haga de ‘negro’, una persona con experiencia, porque escribir un libro para que nadie lo lea no tiene sentido.