El Polígono de Montecristo constituye ya una crónica negra en la historia de Ibiza. Más bien de Sant Antoni, municipio responsable de parasitarlo por línea sanguínea. A primera vista, esta zona industrial, en sí misma, es como la garrapata de la oveja, sin embarronarnos en quién es quién. Es lo frívolo, la furia y lo nefrítico. Es el edén mundano en el que uno puede poner fin a su agonía. La esencia de la pintura negra de Goya no desborda turbación a su lado. Aquí los okupas que se hospedan tienen buena pinta, aunque por poco tiempo. El paso de la vida a la muerte es lo que viene a durar la noche del día, y viceversa. Las ratas van a la caza de la presa a plena luz del día o bajo la luz de la luna. Qué mas da si todos están en sus últimas horas. Los sheriffs no se hacen notar, según el testimonio de trabajadores de las empresas que sobreviven en el polígono. La inseguridad impera a tropel en cada rincón de esta zona industrial. Bien aprendido lo tienen los empresarios que blindan sus puertas contra las ratas guerrilleras, esas que anidan a diario con respiración sibilante a golpetazo de martillo y con el rostro desnudo en busca de carrocería.

En la calle des Mayans ahondan rumores de barrio: «Los coches los dejan trabajadores de los talleres de la zona». Este smog verbal campa a sus anchas con la verdad entre interrogantes. «¡Te vas a cansar de ver coches reventados!», grita encolerizado un empleado de un taller cercano. Su disposición por hablar nos invita a saber que el trabajador es Cristian Riquelme de Inot & Inad. Accede a escabullirse unos minutos para dar muestra del descuartizamiento que inunda en este polígono y de la inseguridad que ello conlleva. «Es muy desagradable para la gente que viene a comprar o para nosotros mismos que no tenemos aparcamientos. Es vergonzoso. Imagínate que un niño se cae ahí (hilera de los cadáveres de los coches) y quién es el responsable», critica en voz entrecortada en el exterior de su punto de trabajo. Riquelme tiene cuerda para rato. Avisa que «los dos talleres que hay a la izquierda de la calle» son los que siembran los cadáveres sobre ruedas que pronto acaban marchitándose, a perder todo su ajuar. «Los dejan los de los talleres. Pero ellos luego te dicen que no son suyos, si no que son de gente que no les pagan. Los coches ‘abandonados’ los desvalijan en el plazo de un par de semanas y a cualquier hora. Nos les importa nada», da la voz de alerta en un paseo a pie por el callejón de lugar de operaciones, además de certificar que este es el «polígono sin ley».

Las pistas de que los culpables podrían ser talleres de la otra avenida nos lleva a preguntarles para extraer conclusiones. Antes hay que atravesar un hilera de coches en costillas, con los brazos en jarra, los párpados caídos, el aliento a rancio de barra de bar y la bilis arrancada de cuajo. Unos muertos, otros heridos de guerra y los menos se apiadan a Dios para tener una muerte dulce. Pobre de ellos. En uno de los talleres de la zona, José (nombre ficticio) sale a dar la cara a voces de la supuesta culpabilidad de los talleres. Éste apunta que «podrían ser [los talleres] aunque el nuestro no». «No, no, nosotros tenemos todos los coches aquí, en nuestro taller», se quita de toda culpa este empleado tras añadir incrédulo que «esto no es normal» y la situación supone «peligro» para las empresas de la zona. Por la calle abajo llegamos a otro taller, donde Manuel, encargado de la empresa, sale al paso de todas críticas una vez avistados pasos extraños en su recinto. «Tengo dos minutos», avisa sobre las reglas del juego antes de cualquier pregunta. Con el cronómetro de arena en marcha, Manuel echa ruedas fuera al afirmar con gracia que «los coches abandonados no son míos, seguro que no». «El polígono podría estar muchísimo mejor que como está ahora. Lo único que sé es que esto pertenece al Ayuntamiento, pero ellos no quieren saber prácticamente nada. Aquí se paga un montón de dinero y el Ayuntamiento pone la excusa de que el polígono aún no está recepcionado. Para poner la mano sí», se pasa de los dos minutos al criticar el estado deplorable de la zona industrial y con la esperanza de que «haya interés» para mejorar el servicio.

El olor a pies chatarrero nos conduce hasta es Camí des Puig blanc, un punto que da «miedo», según el testimonio de un operario de una empresa de reciclajes. A simple vista topamos con una señal que en la que se lee: «Prohibido tirar basura». Caso omiso al ver de nuevo vehículos a pedazos, una Portofino 31, dos motos de agua Yamaha a la deriva, una moto precipitada al acantilado de un metro, la negrura de los colchones, el vómito de los escombros, la hambruna de las neveras y los congeladores, mareadas ruedas, mobiliario made in Ikea y Manuel Lara, transportista valenciano que se echa una cabezada en su camión. La presencia humana le hace abrir la puerta de su vehículo para afirmar que siempre que recala en el polígono de Montecristo ve mucha «mugre» y «no hay cambios», a la vez que apunta a las empresas de la zona como presuntas dueñas de lo dejado a la mano de Dios. Aquí la pudedumbre de la vida, almas pútridas y el envenenamiento de los guateques. Montecristo ya es Monteagonía. Descansen en paz.

LA NOTA

Sant Antoni responsabiliza a la junta de compensación

El Ayuntamiento de Sant Antoni echa balones fuera a su responsabilidad principal de la pésima situación que vive el polígono de Montecristo al afirmar que «no fue recepcionado por parte del Ayuntamiento debido
a las deficiencias que presenta en el sistema de evacuación de aguas residuales, que deben ser subsanadas por la junta de compensación del polígono». Así, desde el Consistorio subrayan el trabajo que llevan a cabo junto con el Consell d’Eivissa, el Govern balear y la junta de compensación para que esta situación se solvente y se pueda alcanzar la recepción.