‘Puppy’ Jeff Koons Guggenheim Bilbao, 2010.

Es un enunciado un tanto delicado en cuanto tenemos en cuenta que la mayoría de las personas pensamos que el arte es algo demasiado complejo como para que cualquiera pueda disertar sobre un tema artístico sin conocimiento previo.

Al no ser matemático ni científico rápidamente comprendemos que más bien estamos tratando sensaciones sujetas a las más diversas experiencias de captación posibles, tanto durante el proceso creativo, como el perceptivo.

Empecemos por las preguntas que surgen cuando observamos una labor artística. ¿En que estará pensando? ¿Qué querrá expresar? ¿Sabe desde el principio cual será el final? ¿Va haciendo, y crece con la obra a medida que va avanzando? Preguntas y más preguntas que posiblemente son necesarias para acercarnos un poco a ese proceso creativo.

Aunque aparentan ser más bien banales son el inicio de un itinerario observador y expectante. Abierto a todo tipo de sugerencias por parte de nuestro entorno, tal y como se nos presenta, cómo somos capaces de asimilarlo y finalmente dedicar una humilde interpretación a aquello recibido.

Cierto, no todo llega a todos y cada uno de nosotros. Y ahí está la riqueza de la diversidad, ser capaces de recibir ciertos mensajes, no todos, quizás los que nos interesen en un momento dado. O mejor dicho, aquello que en un momento determinado de nuestra vida logre satisfacernos de una manera u otra.

Esta podría ser una de las bases del divertimento artístico, como un juego capaz de arriesgar emociones perdiendo ese miedo natural que nos frena cuando topamos lo nuevo, lo desconocido. Sensaciones que erizan la piel provocando escalofrío casual, casi inapreciable. Sensaciones de agrado o rechazo, de orden o caos... en fin, sensaciones.

Concreto o abstracto, conocido o desconocido. La frase más utilizada por el espectador es: «Yo no entiendo de arte». Y aquí estamos llegando a la conclusión de la presente reflexión. Como no entiendo de arte me libro de poner a mis palabras nombre y apellidos. Posicionarme en la sociedad, calificando o descalificando una interpretación tan personal como puede ser una creación artística. Prefiero reconocer que ignoro, que soy incapaz de opinar, que tengo miedo a equivocarme antes de compartir esas sensaciones incluso sentimientos recibidos a la hora de disfrutar una obra de arte.

Actividad u ocupación, la necesidad humana de entretenerse está más que presente en los más distintos ámbitos sociales, y llevar a cabo una acción siempre provoca una reacción.

El arte no hay que entenderlo, hay que sentirlo. Cualquier percepción a través de nuestros sentidos provoca emociones que se convierten en las causantes de las más diversas reacciones, sean de agrado, de rechazo o simplemente de indiferencia. Pero cualquiera que sea el resultado son respuestas a los mensajes recibidos. Lo más importante es que el creador de la obra y la obra en sí han logrado una reacción por parte del observador y es cuando entendemos, nunca mejor dicho, que cualquier emoción experimentada a través de una propuesta creativa es ese grano de arena que lubrica nuestra felicidad, que es en realidad lo que perseguimos todos. Felices por poder compartir algo que nos agrada y felices también, porque no, poder compartir algo que no nos ha llegado y subrayar así con más fuerza aquello más cercano a nuestra propia filosofía.