Si nos dijeran que al llegar a la redonda edad de cien años seríamos capaces de leer las casi mil páginas del libro Los Herederos de la Tierra de Ildefonso Falcones en solo una semana, probablemente no lo creeríamos. Si además, nos dijeran que al cumplir un siglo de vida podríamos subir y bajar seis pisos los días en los que el ascensor no funciona, muchos firmábamos para llegar a experimentarlo.

Vicent Juan Ferrer, de Can Caseres, cumplió el pasado 1 de septiembre cien años con los cincos sentidos en sorprendente buen estado. Este ibicenco centenario atiende a quienes se dirigen a él con la sonrisa y la mirada inocente de un niño que sabe que guarda un secreto. De eso, Vicent sabe mucho.

A su aniversario asistieron una treintena de familiares, amigos y alguna sorpresa más. En el restaurante donde se reunieron se personó el alcalde de Santa Eulària, Vicent Marí, para hacerle entrega de una placa conmemorativa que ahora guarda con cariño en el salón. Una cortesía que Vicent no esperaba: «No había sido invitado y fue toda una sorpresa».

Hace unos meses atrás ya le honraron en la Universitat Oberta per a Majors a la que asiste y según ha podido comprobar Vicent y su familia «he sido confirmado que soy el alumno más mayor de las Baleares». Como alumno le gusta cultivarse de cualquier disciplina, «de pequeño no tenía una aspiración definida, me gustaba mucho aprender». Su padre fue maestro. El mestre pagès de la época, que enseñaba a los niños y niñas del campo en un contexto donde no habían escuelas y solo se accedía a los estudios a través del seminario. «Yo quería asistir a las clases porque veía que aprendía. Tenía un vecino que fue nombrado cura e hicimos una fiesta, entonces quería mi padre meterme también en el seminario». Eso fue cuando Vicent se escapó al bosque en el Puig de s’Argentera –entre Sant Carles y Santa Eulària– y su padre le mandó a pastorear, «cosa que no me gustaba nada», cuenta entre risas, como la anécdota que mantiene más fresca en su memoria. Así pasó sus primeros diez años de niñez.

«Después había que trabajar de cosas más de adulto y con 14 años conocí a uno que venía de la fábrica de luz. Había sido campeón de Cataluña de boxeo de su peso y vino a pedir ayuda para poner en marcha la fábrica. Teníamos que ayudarle con las baterías porque eran tan malas que había que hacerlo manualmente. Entonces nos enseñó a boxear y fui seleccionado en 1936 para ir a las Olimpiadas que debían celebrarse en Barcelona, pero estalló la guerra y se celebraron en Berlín, entonces no fui». Vicent se refiere a las Olimpiadas Populares organizadas por el gobierno de la República después de que decidieran boicotear los Juegos Olímpicos de Berlín, cuando Hitler estaba en el poder, y no enviar a los atletas españoles a Alemania. El estallido de la Guerra Civil un día antes de que se iniciaran provocó su suspensión.

Vicent estuvo en la Federación Española de Boxeo y fue su afición durante su juventud. Confiesa que probó el fútbol pero «era muy malo». Entonces empezó a asistir a los campeonatos de boxeo que se celebraban en Santa Eulària y Vila. Por aquel entonces su ídolo era el vasco Paulino Uzcudun. «Uzcudun era peso pesado. Yo era peso ligero, tenía que entrenar mucho para ser peso pluma, pero como no entrenaba suficiente, pues nada. Hacíamos mucha gimnasia, corríamos mucho. El entrenador iba en bicicleta y nosotros corriendo detrás de Santa Eulària hasta Sant Carles, ir y volver. Estábamos muy fuertes», asegura Vicent quien sigue haciendo flexiones y estiramientos.

Tras ello, lo llamaron a la mili durante la Guerra Civil, donde estuvo poco pero le nombraron cabo. Cuando se cansó hizo oposiciones para Guardia Civil y una serie de casualidades impidieron que tomara partido en la contienda. «No salí de aquí en la guerra. En el sorteo le tocó a mi único hermano ir. Además. había otro cabo que se llamaba como yo. Él era Vicente Juan Ferrer 1º y yo el 2º, porque él era dos quintas más mayor. Cuando había que embarcar a la guerra éramos dos con el mismo nombre, cosa que no se tuvo en cuenta en el sorteo, y al final le tocó a él».

Después se casó y llegaron su hijo Miguel y su hija Mari Carmen. «Son mi alegría, ellos y mis nietos». El centenario se enorgullece de que sus nietos tengan carrera : «ADE con un máster y la pequeña es dentista». Además, tiene bien aprendido que «quien tiene estudios puede vivir mucho mejor que quien nos los tiene. Yo me tuve que limitar al grado militar más bajo por no tener estudios, pero aún así tuve suerte porque escribía un poco a máquina y eso me ayudó».

Ahora le gusta leer mucho y ver muchas películas, «es de lo poco que puedo hacer». Sin embargo, Vicent todavía sigue su rutina de estiramientos y paseos por el puerto de Vila. Es inevitable preguntar por el secreto, no solo de su longevidad, si no el de su buen estado. «La clave está en la naturaleza». Su madre murió con 28 años de gripe española. «Con pocos años de vida me dieron por muerto. Entonces me medicó mi abuela, que es la que me crió tras la muerte de mi madre y tiré para adelante hasta hoy. Ella también vivió hasta los 97 años». Sus hijos esperan haber heredado los mismos genes. Aunque tal vez sea en ese espíritu curioso y jovial donde Vicent guarda el secreto de su lozanía.

Boxeador en 1936

Vicent Juan Ferrer comenzó a aficionarse al boxeo a raíz de conocer a una campeón de este deporte en la fábrica de la luz de Santa Eulària. Vicent consiguió ser seleccionado para las Olimpiadas Populares que debían celebrarse en Barcelona en 1936 y que se anularon por el estallido de la Guerra Civil.