Desde octubre, las excavadoras hurgan en las entrañas del paseo de Vara de Rey para llevar a cabo su peatonalización y recuperar el esplendor que tuvo en el pasado como el centro de la vida social de Vila. Sin embargo, la parte más desconocida del subsuelo de este emblemático paseo es, posiblemente, que durante la Guerra Civil española albergó dos refugios antiaéreos a ambos lados de su parte más simbólica, la estatua del general caído en Cuba que le dio su nombre. Los refugios bajo tierra de Vara de Rey se sumaban a la veintena que mandó construir la denominada Defensa Pasiva Antiaérea, creada en plena guerra, en febrero del año 1937, tal y como señala un edicto firmado por el comandante General de Balears.

Miquel Martín, historiador mallorquín experto en los refugios antiaéreos hechos durante la guerra, explica que, en esas fechas, la entrada en escena de la aviación hacía necesaria la construcción de refugios para proteger a la población civil de las bombas que se lanzaban desde el cielo.

La Comandancia Militar de Ibiza encomendó al Ayuntamiento la tarea de construir estos espacios de defensa pero, en julio de 1937, la Corporación avisa que el dinero para acometer las obras se ha acabado. Ante la urgencia de hacer estos refugios, solicitan a la sucursal de Crédito Balear un préstamo de 25.000 pesetas y ofrecen como garantía el dinero obtenido por la venta de una partida de café que el jefe de la Base Naval de las Baleares había regalado para este fin y que asciende a 68.000 pesetas.

Los refugios de Vila tenían una capacidad para albergar a más de 4.200 personas, aproximadamente la mitad de la población de la ciudad en esa época, que rondaba los 8.300 habitantes. El refugio más amplio estaba en la Sala de Armas del antiguo cuartel de milicias, donde se ubica el actual Museu d’Art Contemporani (MACE), con una capacidad para 500 personas. Martín apunta incluso que en el Castillo se intentó hacer dos refugios, uno a levante y otro a poniente, pero que finalmente se descartó la idea.

La Jefatura de Defensa Pasiva Antiaérea también mandó hacer refugios en casas particulares con sótanos, que llegaron a tener una capacidad en el caso del de Can Fajarnés, para 240 personas.

Para la construcción de estos refugios se recomendaba el mínimo de aperturas y tapar las rendijas con tiras de papel, algodón o trapos para evitar la entrada de aire exterior. De hecho, los militares también dan instrucciones a los ciudadanos en caso de ser alcanzados por una nube de gas. «No salir corriendo sino pararse y dejar de respirar, taparse la nariz y la boca con un pañuelo y correr en sentido contrario a la dirección del viento», consta en uno de los documentos conservados.

Hoy en día no se conserva ningún refugio construido de la guerra y tampoco hay mucha información o testimonio gráfico, explica Fanny Tur, directora del Arxiu d’Imatge y So d’Eivissa. De Vara de Rey, solo dos fotos que enfocan a una colla y un par de niños vestidos de payeses dejan entrever al fondo las dos pirámides. Del resto de refugios no se conserva ninguna foto de la época.

En la década de los 50, una vez acabada la guerra, los refugios antiaéreos fueron inhabilitados. Solo en el caso de que sobrevivieran a las remodelaciones del paseo en las décadas de los 60 y los 70, los túneles de Vara de Rey seguirían en el subsuelo de la parte central del paseo. Sin embargo, las actuales obras no requieren una excavación profunda en el lugar donde estaban los refugios, por lo que estos símbolos del horror de la guerra no saldrán a la luz al menos de momento.

LA NOTA

Una pirámide protectora de prueba de bombas

Los refugios antiaéreos enterrados eran excavaciones bajo tierra bajo una pirámide que estaba constituida por diferentes capas de material resistente a las bombas elaboradas con piedra, cal, mortero, tierra u hormigón.

«Tenían esta forma piramidal porque cuanto más inclinado es el techo, el impacto de la bomba es menor», explica el historiador Miquel Martín.

Sus dimensiones en el interior eran minúsculas. Los de Vara de Rey, túneles de 2,90 metros de ancho por 21 de largo, tenían capacidad para 234 personas cada uno. Se calculaba un metro cúbico por persona y hora de permanencia.

LA NOTA

Tres campanas daban la voz de alarma ante los bombardeos en Vila

Las campanas de la catedral de Ibiza, la de Santo Domingo y la colocada frente al hotel Isla Blanca eran las encargadas de dar la voz de alarma a la población civil de la llegada de bombarderos.

Las instrucciones que la Jefatura de Defensa Pasiva Antiaérea dictaba en agosto de 1937 prohibían permanecer en la calle después de escuchar el toque de alarma «debiendo dirigirse al refugio más cercano», dice el documento, extraído del Fondo de Almudaina del Archivo Intermedio Militar de Baleares.

Estas instrucciones determinaban además que nadie podía detenerse a la entrada de un refugio y que, en su interior, se debía ceder el sitio más seguro a mujeres, ancianos y niños.

Dentro del refugio, el militar de mayor graduación o, en su defecto, el empleado civil de mayor categoría era la persona que ejercía el mando quien, entre otras funciones, «prohibirá que se fume o que se muevan los ocupantes inútilmente».

En caso de bombardeo, todos los varones de entre 18 a 50 años debían acudir a Vara de Rey «para la función que el mando tenga a bien asignarles».