Hoy acaba el Sínodo Ordinario de los Obispos que en esta ocasión el Papa Francisco ha dedicado a los jóvenes. En este Sínodo han participado Cardenales, Arzobispos y Obispos, religiosos y religiosas y algunos jóvenes. A partir de ahora tendremos las conclusiones aprobadas por el Papa para atender y servir bien a los jóvenes, llamados a ser los futuros protagonistas y actuadores en la Iglesia.

Se ha tratado de un Sínodo ordinario, es decir de los que se celebran cada dos años. Desde su inicio con el papa San Pablo VI, canonizado el pasado domingo junto con otros seis santos, han desfilado por los Sínodos temas como evangelización, la catequesis, la familia, los laicos, los sacerdotes, la predicación de la Palabra de Dios o la celebración de la Eucaristía.

En esta ocasión ha versado sobre una cuestión que importante para la Iglesia: los jóvenes. Que la Iglesia apuesta por los jóvenes está claro; solo hay que ver las Jornadas Mundiales de la Juventud, que estableció San Juan Pablo II y en las que yo he tenido la suerte y la alegría de participar algunas veces. Así como otros encuentros que tenemos a nivel diocesano o parroquial, lo cual hay que hacerlo con mayor intensidad y convicción.

Los jóvenes son la generación no sólo del futuro sino también del presente de la Iglesia y, al menos entre nosotros, la impresión general es que la Iglesia es cada vez más para personas mayores. El Papa Francisco nos ha recordado que anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia. En su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, que publicó en noviembre de 2013, nos indica cómo llevar a cabo esta misión en el mundo de hoy.

Los dos Sínodos extraordinarios sobre la familia y la Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris laetitia se han dedicado al acompañamiento de las familias hacia esta alegría. Como continuación de este camino, a través de este nuevo sínodo sobre “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, la Iglesia quiere preguntarse cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud; y quiere también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar los modos más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer (cf. Documento preparatorio).

Se ha tratado de un Sínodo sobre los jóvenes, para los jóvenes y con los jóvenes. La Iglesia quiere y ha de estar cerca de los jóvenes y escucharles. De hecho, los jóvenes han intervenido en su preparación mediante sus respuestas a las encuestas específicas para ellos. El documento final de ese encuentro de 300 jóvenes de todo el mundo en el Vaticano -al que se unieron otros quince mil por internet- ha entrado a formar parte del Instrumentum laboris, o documento de trabajo previo a las sesiones sinodales. Los jóvenes manifiestan que quieren ser escuchados con empatía, desean compartir su existencia cotidiana con sus gozos y esperanzas, con sus problemas y dificultades y desean que sus opiniones sean tenidas en cuenta; los jóvenes buscan sentirse parte activa de la Iglesia, sujetos y no meros objetos de evangelización; quieren ser escuchados porque la escucha es la primera forma de lenguaje verdadero y audaz. Los jóvenes piden además ser acompañados a nivel espiritual, formativo, familiar, vocacional. Acompañar no es dirigir, sino ayudar al joven a decidir en verdad, con libertad y responsabilidad.

El tema central del sínodo es el acompañamiento de los jóvenes en su discernimiento vocacional, para que reconozcan y acojan la llamada de Dios al amor y a la vida en plenitud. No se puede reducir el tema de la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. De hecho cada joven tiene su vocación, es decir su llamada que puede ser expresada en varios ámbitos: sacerdocio, vida consagrada, matrimonio y familia, laicado, profesión, política, etc. Esta es la certeza básica: Dios ama a cada uno, y a cada uno dirige personalmente una llamada al amor, que es la vocación, y a la plenitud del amor, que es la santidad. Es un regalo que, cuando se descubre, llena de alegría (cfr. Mt 13, 44-46). Oremos todos por el buen éxito de los frutos del Sínodo.