Cuando la tarde del martes viajaba hacia Palma para asistir a la inauguración de la exposición ‘Última Hora, 125 anys de periodisme’, el vuelo que nos trasladaba hacia Mallorca llevaba más de dos horas de retraso. Las intensas precipitaciones causaron importantes demoras en los vuelos interislas, con el consiguiente malestar y las lógicas incomodidades, ya que no llegamos a la hora que habíamos previsto. Sin embargo, una vez que comenzamos a tener noticia de la gravedad de la situación en Sant Llorenç, en la comarca del levante de Mallorca, me pareció que a menudo nos quejamos sin motivo. Nos lamentábamos por el retraso de un vuelo y en el mismo instante nos enterábamos de que comenzaban a contabilizarse las primeras víctimas mortales, además de una lista de desaparecidos que presagiaba lo peor.

Ante tanta destrucción desatada por una tromba de agua que ningún torrente de la isla hubiese podido evacuar por su cauce, por limpio que estuviera, la respuesta rápida y eficaz de los servicios públicos de las distintas administraciones: local, insular, autonómica y central. Y la solidaridad de la sociedad civil que consciente de estar viviendo una situación dramática, se vuelca en ofrecer cobijo a quienes no pueden dormir en sus casas y que con mucha probabilidad verán arruinados sus muebles, electrodomésticos y enseres. También los vehículos con los que ir a trabajar. Sant Llorenç, Artà, s’Illot y la Colònia de Sant Pere son localidades arrasadas por el agua y el lodo. Zona de guerra. Las cicatrices tardarán en curarse, pero el vacío que dejan las vidas humanas perdidas no tiene consuelo posible. Ante este drama, ofrecer desde las Pitiusas nuestro cariño, nuestro afecto y nuestro apoyo a los afectados.