Cincuenta millones de brasileños votaron este domingo a Bolsonaro, el candidato abiertamente homófobo, racista y partidario de las armas. A la vez en Madrid diez mil personas llenaron el palacio de Vistalegre convocados por VoX, el partido xenófobo y de ultraderecha que amenaza con ensuciar y empantanar el panorama político en España. En Rumanía hacen referéndums en contra del matrimonio igualitario a la vez que en todo occidente los populismos ultras se van extendiendo como una plaga. En nombre de Dios, el orden y la familia la ultraderecha intenta sembrar el odio utilizando el miedo para propagarse. Unos dicen que la culpa del ascenso ultra es por la tibieza y el declive de los partidos tradicionales. Otros argumentan que la principal causa es el descontrol en los movimientos migratorios. Lo único cierto en todo esto es que los únicos responsables son los votantes que cuando llegan a la urna deciden votar llenos de miedo, odio e ignorancia. Que aún haya gente que crea que todos sus males los van a solventar desde partidos populistas a costa de expulsar a los inmigrantes o de quitar derechos a las mujeres o al colectivo LGTBI es para hacérselo mirar. El voto del odio sólo puede traer más odio. Que haya mujeres, gays o extranjeros votando a estos partidos demuestra que la ignorancia es muy peligrosa. Lo peor de que un partido marginal como VoX irrumpa en el panorama patrio es que hará que PP o Ciudadanos radicalicen aún más su discurso para evitar así perder votos por la derecha. No todo vale en nombre de la democracia y la libertad de expresión. Si nadie vota a estos partidos y si los medios de comunicación no les dan una voz inmerecida al final perderán la poca fuerza que aún tienen. Actuemos antes de que sea demasiado tarde.