Una de las cosas buenas que tenemos la suerte y la alegría de vivir en nuestras Islas de Ibiza y Formentera son las fiestas de los santos que son titulares de nuestras Parroquias. Con la acción de los sacerdotes, los obreros de las Parroquias, muchas de las personas que viven en cada pueblo y naturalmente con la acción que llevan a cabo los buenos Ayuntamientos legales, celebramos las fiestas de buenos santos en nuestras Islas.

Y las fiestas de los Santos que celebramos con gozo y agrado no es solo una fiesta para conocer cada vez más y mejor a esos Santos, sino que ello nos tiene que animar a, conociendo su vida y sus acciones, ser nosotros personas que practiquemos esas buenas cosas que ellos han hecho en sus años de vida en la tierra y que nosotros, que al igual que ellos hemos recibido el bautismo que nos hace claramente hijos de Dios, la comunión que nos da la presencia y el acompañamiento de Jesús y la confirmación que nos da la fuerza de parte del Espíritu Santo.

La santidad de la Iglesia y de todos sus miembros es hoy objeto de una reflexión intensa tanto a nivel teológico como a nivel espiritual y pastoral. La prueba la tenemos en la reciente exhortación ‘Gaudete et exultate’ del Santo Papa Francisco sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, publicada el de 19 de marzo de 2018. Sobre ello ya os escribí un articulo después de haberlo leído y pensado para que ello os fuera de utilidad.

Es verdad que la santidad es esencial a la naturaleza misma de la Iglesia de Cristo y así los miembros de la Iglesia, todos y sin excepción de ninguno, hemos de procurar comportarnos coo personas santas, cumpliendo así lo que dice Jesús: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo».

El Credo nos recuerda que la Iglesia es «una, santa, católica y apostólica». La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, que es «Iglesia de los Santos». Por lo tanto, la santidad pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia. Es uno de sus elementos esenciales. Es parte de su ADN, de su códice genético. Por lo tanto, una Iglesia, que no sea santa, no sería la verdadera Iglesia de Cristo, sino una realidad social, como muchas otras.

El Papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici decía que la fuerza de su misión depende de la santidad de la Iglesia. Estas son las palabras claras y precisas del Papa grande y santo: «La santidad de la Iglesia es la fuente secreta y la medida infalible de su trabajo apostólico» 1. De hecho, la santidad es «un elemento fundamental y una condición completamente irremplazable para cumplir su misión de salvación».

Por lo tanto, solo la santidad de la Iglesia hace que su palabra de salvación sea creíble y, por consiguiente, efectiva. Sólo una Iglesia santa, enamorada de su Fundador divino, puede hacerse oír, sobre todo hoy en día que se cree más en los hechos que en las palabras.

Todos los miembros de la Iglesia de Cristo, todos bautizados estamos llamados a la santidad. La santidad no es, por lo tanto, un privilegio de algunos, un lujo de unos pocos o un destino opcional, sino una necesidad real de la vida cristiana. Este fue uno de los puntos fundamentales sobre los que insistió el Concilio Vaticano II: «Todos en la Iglesia, ya sea que pertenezcan a la jerarquía o sean guiados por ella, están llamados a la santidad», según el dicho del Apóstol san Pablo: «Esta es la voluntad de Dios, tu santificación» (1Tes 4, 3)2.

Por esta razón, San Juan Pablo II propuso la santidad como el primer punto para el nuevo milenio: Por consiguiente, quede bien claro que «la santidad, no es un ideal teórico, sino que es un camino a seguir en el seguimiento fiel de Cristo, es una necesidad particularmente urgente en nuestro tiempo».

Que las fiestas de los Santos, que celebramos tan bien en nuestros pueblos nos sean una buena ayuda para caminar por el mundo procurando ser santos como Dios, que nos ha creado, nos ama y nos protege, es santo.