El otro día hablaba con una amiga, ‘mursiana’, aunque ella siempre dirá que es cartagenera. Me hacía una reflexión respecto a tanta gente que viene de fuera de la isla y sostiene nuestros sistemas educativo, sanitario y de seguridad. Imaginemos que los ‘mursianus’ decidieran que se acabó. Que están cansados. Que no puede ser que tengan que dejar a su familia en Cádiz para venir a dormir en un piso compartido para confiscarles el óxido nitroso a los ferreteros o pasar la noche controlando a la gente que va pasada de todo al volante. Que no les da la gana gastarse 1.200 euros al mes en el alquiler del piso para atender a guiris hasta el culo de pastillas y encima que se les exija que lo puedan hacer en catalán. Que se han cansado de enseñar a adolescentes malcriados de septiembre a junio, y en julio volver a casa de mamá en Valencia. Que no. Que la isla se encargue de formar a sus médicos, sus guardias civiles o sus profesores. Que se queden con sus pisos a precio de oro y que los alquile quien quiera. Y cuando lo tengan todo alquilado, que lo tendrán, a ver quién enseña, quién atiende en los hospitales y quién mantiene el orden. Porque aquí no se vive, sino que se sobrevive, y aunque haya trabajo se vuelven a la Península. A ‘Mursia’. Y que se apañen en Ibiza. Yo le dije que los ibicencos también sufrimos los problemas del alquiler y que no es culpa nuestra que tengamos unos precios prohibitivos. Que gran parte es de especuladores que vienen de fuera a hacer negocio. Ella me replicó que nosotros veremos. Pero que los ibicencos sufrimos el problema, y que nosotros debemos hacer por solucionarlo. Porque muchos ya se están yendo.