Uno de los momentos importantes de cada una de las celebraciones eucarísticas es la escucha atenta, la acogida y la puesta en práctica de la palabra que nos dirige Dios para nuestro bien y felicidad por medio de lo que está escrito en la Sagrada Biblia. Y eso es muy importante. No se trata de una palabra más, sino es una palabra necesaria y por eso Dios nos la dice y acogida con amor y eficacia debemos de demostrar después que la hemos escuchado y acogida entendiéndola bien cumpliéndola en nuestras obras.

El pasado domingo celebrando la Santa Misa en la capilla de la playa de mi pueblo natal, aprovechando lo que nos decía la palabra de Dios de aquella celebración insistí en ello a los buenos turistas participantes en la misma. Por ello, habiendo regresado a seguir sirviendo a Ibiza y Formentera, con afecto y estima deseo hacerlo también a los que vivís y participáis aquí en estas dos bellas y buenas Islas.

La Iglesia vive de la buena y eficaz escucha de la Palabra de Dios y sus miembros todos tenemos la misión de proclamarla confiadamente. En ese efecto, en las lecturas del pasado domingo habían unas palabras que se repetían frecuentemente para llevarnos así: escucha, pon en práctica, observa, acoge.

La Palabra de Dios es el alma de la vida cristiana, de la evangelización, de la catequesis, de la teología, en fin, de todo lo que la Iglesia es (su naturaleza) y realiza (su misión). Ella es el dinamismo del ámbito pastoral y litúrgico. Ella es fuente de un nuevo paradigma eclesial hoy llamado Animación Bíblica de la Pastoral. Ella a través del Espíritu renueva y dinamiza la vida y el quehacer misionero de la Iglesia.

La historia de Dios con la humanidad, que es la historia de su hablar con los hombres, tiene su vértice en Jesucristo, palabra definitiva de Dios a la humanidad, o sea, la Palabra que dice todo, que comunica plenamente la voluntad de Dios a los hombres: «Dios, quien había hablado en tiempos antiguos muchas veces y de muchos modos a los padres por medio de los profetas, últimamente, en estos días, nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2).

Afortunadamente, hoy asistimos a un redescubrimiento gozoso de la Biblia por parte de los cristianos, grupos, movimientos, comunidades eclesiales y sectores de la Iglesia, que supera acercamientos parciales y defectuosos en la lectura de la Biblia, y entramos en una nueva etapa desafiante y fascinante a la vez: la de la Animación Bíblica de la Pastoral, donde la Palabra de Dios se convierte en el eje fundante y fontal de toda la pastoral, es decir, ella anima bíblicamente toda la pastoral con el dinamismo de la Palabra, siempre nueva y creadora de Dios, a partir de una nueva manera de entender la misma pastoral, la catequesis, la teología, la liturgia y la espiritualidad. El primer paso que ha de hacerse para renovar la teología, la pastoral y la espiritualidad, es renovar la manera de leer la Biblia o de acercarnos a ella.

La evangelización es acción de Cristo en la fuerza del Espíritu Santo. En cuanto tal tiene como protagonista al Señor mismo y se configura como una actividad debida a su presencia en la Iglesia «hasta el fin de la historia» (Mt 28, 20): el sujeto de la evangelización es el Evangelio de Dios, que se identifica en las palabras y acciones de Jesús, Palabra hecha carne; es el sujeto de esta carrera de la buena noticia en el mundo. Recordemos este Evangelio de Dios: lo que Jesús “dijo e hizo” (Hch 1, 1) ahora es “dicho y hecho” por el Resucitado, por el Kýrios glorioso, a través de la potencia energizante del Espíritu Santo en la Iglesia (cf. Jn 14, 26; 15, 26-27 ).

Los santos han sido personas que en sus años de vida en la tierra han escuchado la Palabra de Dios, la han puesto en práctica y la han transmitido bien a los demás. Si Dios nos dijo a todos al principo de la Biblia: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2), acojamos pues lo que Dios nos va diciendo y así estaremos mejor, seremos felices y haremos felices a los demás.