Me gustó mucho la entrevista de Sara Aguado a un lobo de mar como José Deprit. He tenido la fortuna de navegar a su lado y comprobar cómo se conoce cada roca, paso y fondeo de las Pitiusas como la palma de su mano.

Las millas que lleva navegadas le han dado más conchas que un galápago y clásica tolerancia: no es un talibán, y permite tanto los tragos como los buenos tabacos a bordo, que aderezan la conversación mientras la mar se vuelve color de vino. Da las órdenes con suave firmeza y tan solo le veo fruncir el ceño cuando barrunta la tormenta de una moto náutica cojonera que afeita el Alexandra, o cuando los marineros de agua dulce que se creen que el Mediterráneo es un pantano vulneran los códigos de sentido común y cortesía que imperan en todos los mares, o cuando los gigantescos megayates copan el puerto de Ibiza quitando el sitio a los armoniosos veleros.

Los marinos tienen mucho que decir en la conservación de las Pitiusas. Hablan más claro que los ambiguos burrocrátas porque aman con pasión la mar y tienen mucho más conocimiento. Deprit hace hincapié en el problema de unos emisarios defectuosos y obsoletos, que vulneran las tan cacareadas medidas medioambientales, vertiendo una porquería tremenda que es la primera amenaza para la fundamental posidonia.

Es un problema que exige solución inmediata, pero los políticos prefieren ceñirse a la regulación del fondeo y sacar pasta con las boyas. Es cierto que las anclas de demasiados yates, gigantescos como cruceros, hacen daño a la posidonia, pero hay que tener cuidado con la histeria que se está originando, que desvía la atención sobre el problema principal que son los emisarios, a los que hay que meter mano urgentemente.