Hace años cuando teníamos políticos más apañados, una de las costumbres en campaña electoral era que el líder de marras iba al mercado provincial y preguntaba a cómo estaba el kilo de patatas o los garbanzos o los capones y se acababa tomando una copa de aguardiente casero, a compartir con un cacho de tocino, con los parroquianos del bar. Lógicamente todo esto se filmaba y no lo ponían en la tele y nos quedábamos con la copla de que ese político estaba muy cerca de la gente y para la gente. Ahora pasa lo mismo, pero el asunto se muestra menos pintoresco y mucho más cutre, consistiendo el mercado en ver quién dice la posverdad más gorda y la mete en Twitter, porque el kilo de posverdades es gratis total. La política consiste ahora en parecer que arreglas los problemas de la gente y hasta del mundo mundial cuando en realidad no solo no los arreglas sino que los agravas, porque para que la posverdad penetre en la concurrencia hay que permeabilizar la sociedad, ponerle puertas al campo y encima no tienes dinero para poder hacer lo que has prometido o lo que te gustaría hacer. Es decir acabas por desestructurar la sociedad y te quedas en un tráfico de intenciones del tipo: os voy a poner una renta básica, vamos a acabar con las manadas en España (como si España estuviera llena de manadas), vamos a mejorar las pensiones (las subes medio euro), vamos a reconciliar a los españoles con cainismo en estado puro. Sánchez en el mercado: señora, póngame, un kilo de Franco, otro de pensiones, otro de género, otro de lenguaje inclusivo, uno o dos Aquarius, ¿a cómo están el kilo de paridas? Póngame dos, ¿están rebajadas?, pues que sean cuatro kilos, ¿me los regala? Gracias.