Que, desde luego, no es el nuestro. Por trabajo tengo la suerte de viajar a menudo al país que con Méjico más me gusta del Planeta, me refiero a Japón, con su shinkansen, sus sakuras o cerezos que van floreciendo gradualmente de sur a norte, sus templos y santuarios de madera que quitan el sentido; tradición y modernidad van allí de la mano formando un cóctel exquisito. Ahora se puede llegar con Iberia desde Madrid al aeropuerto de Narita directamente, el vuelo es barato. En Japón tengo buenos amigos, especialmente el señor y la señora Hirano que nos tratan a Cristina, mi mujer, y a un servidor de ustedes de maravilla. Y digo todo esto para entrar ya en harina política: tienen un modelo educativo impresionante que es de altísimo nivel y no va contra su propio país; los escolares van primorosamente uniformados, no llevan en la cara ni grapas ni pendientes; los edificios altos se levantan sobre su propia terraza, con obras que no dejan ni un cascote en el entorno ni abarcan calles enteras; no hay papeleras porque además no hay ni un papel en el suelo ni en las urbes ni el campo, la gente camina en dos filas, una en cada dirección, no vas por la calle tropezando con otro; cualquier regalo lo envuelven primorosamente, siempre te dan las gracias y tienen una amabilidad ritual que vertebra toda la sociedad; no escupen, no exteriorizan la grosería, si les pides una dirección por la calle no es raro que te acompañen al sitio; no hay paro, ni políticos soeces como Rufián, todo lo contrario, necesitan mano de obra pero les llega escasa porque es obligado que sepan japonés, no quieren una sociedad multicultural: ¿estoy hablando de Baleares, de España? No, de Japón.