Proclama la santidad del domingo, el Día del Señor. Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana. El domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede cronológicamente cada semana y cuya prescripción litúrgica reemplaza para los cristianos. El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza. El domingo, en el que se celebra el misterio pascual por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia, como fiesta primordial de precepto. La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto. Participar en la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a su Iglesia. El día del Señor es un día de gracia y de descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa. Los tres primeros Mandamientos miran y se dedican a la gloria de Dios. Los siete restantes son para el bien del prójimo.