Estos días nos hemos enterado de que el ministro de Cultura, Màxim, defraudó hace años a la Agencia Tributaria unas cantidades que no están nada mal. Supuestamente quería pagar lo menos posible al Estado del que ha sido representante máximo y ministro. No entro en la cuestión técnica del asunto que desconozco. Bien es verdad que Hacienda tiene gente muy preparada y ellos valorarían debidamente el asunto. Sí recuerdo que José Manuel Soria tuvo que dimitir por tener dineros en Panamá completamente legales, pero sobre todo tuvo que esfumarse y diluirse porque dijo que no tenía dinero en aquel paraíso fiscal que no es un paraíso fiscal. Al mentir lo largaron. Luego está la Cifu que tuvo que dimitir por las cremas mangadas y el máster apañado. Y para terminar está Rajoy que ha tenido que salir por piernas por el nido de víboras corruptas que tenía en su partido. Es decir, el Gobierno de Sánchez ha amanecido puro, bañado por la fresca agua del orbayo y ahora nos enteramos de esta triquiñuela de Màxim. Hay dos cosas preocupantes en este asunto. La primera es que todo un presidente del Gobierno de España nombrara ministro a alguien con esa carga tributaria, o una de dos o no estudió siquiera a quién iba a nombrar ministro, o no tiene equipo y asesores adecuados, y entonces si ya de entrada empezamos así, pues ustedes me dirán qué tipo de timonel tenemos. La segunda cuestión es que Màxim dijo al principio que él pago su pena y que no tenía que irse. Nada que reprocharle en lo de pagar, pero al ser un ministro de España tienes que irradiar moralidad y esa mancha o manchita la puede llevar un ciudadano de a pie, pero no un ministro. Ha hecho muy bien en dimitir.