Las crónicas políticas explicaban ayer que Mariano Rajoy había decidido abandonar la política después de 37 años. A excepción de otros presidentes que nunca habían trabajado en una empresa antes de ser elegidos, Rajoy obtuvo una plaza de registrador de la propiedad, pero 37 años son muchos años para estar en política.

Dicho esto, a Rajoy habría que juzgarle por su gestión al frente del Gobierno. Asumió el poder cuando el país estaba en una situación económica lamentable, al borde del rescate, con récord de parados, más desahucios que nunca y con un PIB negativo. Se ha ido con un país más o menos saneado, con mejores cifras de paro y un PIB que ronda el tres por ciento. Eso no es discutible. Lo otro sí, es decir, la falta de acción del presidente ante los casos de corrupción del PP, la defensa de Cifuentes con el escándalo del máster y su sorprendente apoyo a Bárcenas con el famoso «Luis, sé fuerte», por no hablar de su falta de iniciativa ante el conflicto catalán. Errores graves de un presidente, que pesan más que los aciertos.

Lo que ha ocurrido con Rajoy es que ha perdido por agotamiento de la sociedad, que busca nuevos personajes políticos, que analiza con bastante frivolidad la política sin profundizar precisamente en la gestión, el antes y el después de un político. Rajoy debía irse y le ha hecho un favor a él mismo, pero también al partido. Sin Rajoy el PP solo puede recuperarse, en España, pero también en el resto de autonomías y en los municipios. Eso lo saben hasta sus propios rivales y sobre todo Rivera, que se ha convertido en un actor secundario en el nuevo mapa político nacional. La política tiene estas cosas: las cosas imposibles se convierten en posibles.