El periodismo puede ser la mejor profesión del mundo y a la vez la más desagradecida. Los periodistas, dicen, son individuos particulares, seres extraños capaces de emocionarse por conseguir una exclusiva. O de sufrir cuando la competencia te pisa una noticia. Puedo decir que en Ibiza disfruté de la etapa más libre de mi carrera periodística. Nunca hubo ni vetos ni campañas contra nadie. Si era verdad, se publicaba. Tan simple y tan difícil a la vez. Estos últimos días he sentido rabia por la situación que han vivido en mi antigua casa. Leer comentarios contra un medio de comunicación por publicar una exclusiva es surrealista. Los mismos que han felicitado a eldiario.es por desvelar las trampas de Cifuentes, criticaban a Periódico de Ibiza por ofrecer informaciones contrastadas, rigurosas y totalmente documentadas sobre un político. No entraré en valorar a Molina, que al final ha dimitido por errores del pasado, pero sí de un alcalde, de unos concejales y de unos dirigentes socialistas que la verdad les interesa un pimiento. Por no hablar de los dirigentes de Guanyem, que tardaron una eternidad en expresar sus dudas sobre el escándalo. Lamento decirlo pero muchas veces los políticos actúan como una secta. Primero ningunean las informaciones, luego las niegan, y cuando se demuestra que todo es cierto, que la información está basada en documentos, descalifican al medio que simplemente ha cumplido con su función de informar, de contar la verdad, como debe ser y con rigor. Y además de descalificarlo, lo vetan. Por eso me da pena. Me da pena que los periodistas que deberían ser felicitados por su trabajo reciban ataques de políticos sin oficio ni beneficio, que únicamente piensan en seguir en política a cualquier precio y que se atreven incluso a desprestigiar el trabajo bien hecho. Por eso esta profesión es maldita. Maravillosamente maldita.