Desde que en 1514 el pirata y almirante otomano Hayrettin Barbarroja asolara Menorca y dejase suelto un caballo en la playa con un mensaje atado en su crin: «Soy el trueno de los cielos. Mi venganza no se saciará hasta que os haya matado a todos y esclavizado a vuestras mujeres e hijas», desde entonces, digo, las Baleares no habían conocido una amenaza mayor para su modus vivendi que la de las malditas prospecciones petrolíferas, que vuelven a la carga camufladas tras unos sondeos acústicos –ya de por sí altamente dañinos— que abrirían una negra Caja de Pandora.

Es tanto lo que está en juego, los enemigos y sus intereses son tan poderosos que Alianza Mar Blava no podía bajar la guardia y, pocos años después de lo que pareció un maravilloso triunfo (la amenaza negra de unas delirantes prospecciones petrolíferas logró unir a las fuerzas políticas, pues la calle ardía de indignación y se manifestaba desde el hotelero al hippie), vuelve a dar la voz de alarma.

Han salido científicos y políticos (el concejal roba como el buey muge y desde hace tiempo hay jugosos maletines circulando) negando que haya una intención petrolífera detrás. Pero no nos fiamos, no queremos ser como Dubai (el to buy or not to buy de los esclavos del shopping), donde la mar sabe a cal y hay tormentas que dicen de arena pero son de amianto.

Sabemos que los petroleros y sus lacayos no juegan limpio, que llegaron a negar la soberanía nacional para parar un proyecto contrario a la gallina de los huevos de oro turísticos, y que siguen ahí, amenazando un archipiélago que, pese a un cierto progreso decadente, sigue siendo un paraíso. Por eso mejor actuar y protestar ahora, aunque nos llamen alarmistas, que luego no habría manera.