Como todos los años el 23 de abril se ha celebrado la Fiesta del Libro. Una fecha que nos recuerda la desaparición de tres escritores universales: Miguel de Cervantes, Shakespeare y Gracilaso de la Vega.

Y aunque en toda España se celebra esta «fiesta» con mayor o menor éxito, les confieso que yo siento debilidad por la manera que tienen de celebrarlo en Cataluña a la sombra de Sant Jordi.

Las calles de las ciudades y pueblos de Cataluña se visten con rosas y libros pero sobre todo Barcelona se convierte en un espectáculo sin igual.

Pero más allá de esa vertiente lúdica que supone celebrar el libro es un buen momento para reflexionar no solo sobre la marcha de la industria del libro, que lentamente se va recuperando de los años negros de la crisis, sino también sobre la necesidad de poner freno al aumento de las descargas ilegales de libros en que la RED.

Son muchos los ciudadanos, jóvenes y no tan jóvenes, que están convencidos de que descargarse un libro sin pagarlo no es lo mismo que robar. Pero lo es. Es un robo «limpio» sin violencia, pero un robo al fin y al cabo. Porque el que se descarga un libro sin previo pago está robando la «propiedad intelectual» al autor del libro y está impidiendo de que los autores puedan vivir dignamente de su trabajo.

Y no solo son necesarias medidas legales eficaces para luchar contra la piratería sino también llevar a cabo campañas de concienciación de la sociedad y desde luego que en las escuelas e institutos se enseñe que todo aquel que se «baja» algo de Internet sin pagar esta lisa y llanamente robando.

Pero si esto es importante no lo es menos convencer a los políticos que el trabajo de creación no tiene edad y que por tanto no se puede pedir a un escritor que a los sesenta y cinco años deje de escribir si quiere cobrar la pensión. Desgraciadamente eso solo sucede en España, porque naturalmente en Francia, Alemania Reino Unido, etc, no se les ocurre hacer incompatible el cobro de la pensión con el seguir escribiendo y por tanto cobrando derechos de autor.

Se ha escrito en otras ocasiones pero yo lo repito: Miguel de Cervantes habría tenido que elegir entre escribir El Quijote o cobrar la pensión.

Hay políticos cortos de miras y de entendederas que mantienen que si se permite a los escritores cobrar pensión y seguir escribiendo se estaría estableciendo un agravio comparativo con otras profesiones. Sin embargo el trabajo de creación, ya sea escribir un libro, hacer una película, componer una canción, es un trabajo individual.

Los escritores solo queremos poder vivir de nuestro trabajo y que se nos permita seguir escribiendo cumplidos los sesenta y cinco.¡Qué menos!