En este domingo cuarto de Pascua celebramos el domingo del Buen Pastor. Jesucristo es el que ha dado su vida por sus ovejas, que somos nosotros. El arte cristiano se inspiró en esta figura entrañable del Buen Pastor representando el amor de Cristo por cada uno de nosotros. El Señor es mi Pastor nada me falta….. El Señor Jesús habla de su Pasión que El sufriría voluntaria y libremente para salvación del mundo. Antes Jesús ha hablado de pastos abundantes ahora habla de dar su vida. Nuestro Señor hizo lo que había dicho, dio su vida por sus ovejas, y entregó su Cuerpo y Sangre en el Sacramento de la Eucaristía para alimento espiritual de todos nosotros.

El asalariado huye ante el peligro, y deja que el rebaño se pierda. Hacen mucha falta los buenos pastores que no buscan su prestigio, sino el bien de las ovejas, a las que proporciona pastos saludables; que conoce a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre, busca la descarriada, cura a la enferma, venda la herida.

San Pedro en su primera carta exhorta a los pastores a que apacienten la grey de Dios puesta a su cargo, velando sobre ella con afectuosa voluntad, según Dios, no por sórdido interés, sino gratuitamente. Y el mercenario, ¿ qué hace?. Busca su gloria, no la gloria de Cristo; el que no se atreve a reprobar con libertad de espíritu a los pecadores. Tú callas, no repruebas, no exhortas ni avisas, no te importan las ovejas, no las defiendes, ni las quieres. ¡ Eres un mercenario! ¡Necesitamos sacerdotes santos!. Pidamos hoy y siempre verdaderas vocaciones para el sacerdocio. La solicitud de todo buen pastor es que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna. Esforcémonos para que esta solicitud- decía San Juan Pablo II en su carta a los sacerdotes- penetre profundamente en nuestras almas: tratemos de vivirla. Sea ella la que caracterice nuestra personalidad, y esté en la base de nuestra identidad sacerdotal. Acudamos al Buen Pastor, al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra, y en la vida, el ejemplo a imitar por parte de los sacerdotes fieles al amor de Cristo.