Antaño opinábamos de política sobre todo en el bar, pero lo que se decía tomando un coñac La Parra era eso, política de bar. Decíamos cuatro pardalerías y a casa, a sobar que al día siguiente había que ir al tajo. Entonces se daba cierta distancia insalvable entre el bar y los políticos porque el bar no exigía preparación alguna y la política, sí. En el bar se podía decir que hay que subir los impuestos a los ricos para que los pobres tengan dinero. O hay que hacer un polideportivo en cada pueblo porque jugar al fútbol es un derecho constitucional; pero luego en lo político se hacían las cuentas y se sabía lo que se podía hacer y lo que no con el dinero contante, sonante y entonces casi sin deuda, que tenía el Estado. Los tiempos han cambiado, ahora en el bar no se habla porque todo el mundo está las 24 horas consultando el móvil y la política ha pasado del bar a los Parlamentos regionales, al Congreso, al Senado y a todas las instituciones. La política de bar ha desplazado a la política de gestión. Y se da el caso, como en el bar del Congreso que a veces frecuento, que hay organismo con dos bares: el Congreso y el bar del Congreso, especialmente cuando escuchas las propuestas de la Montero o de Rufián y de gente que no tiene ni idea de cómo se va a pagar eso y nos gobiernan a base de universales. Los del bar están de diputados o llevando el Parlament balear, y los políticos de verdad no están en ningún sitio porque cualquier persona inteligente y con estudios no se mete hoy en la política, tiene infinidad de salidas mejores y más agradecidas. Lo choni triunfa.