Mi primer destino como diplomático fue Mozambique en 1981. Tras un viaje en avión de más de 13 horas, aterricé en el aeropuerto de Maputo, antes Lourenço Marques, en el que me esperaba una enorme pancarta que rezaba «Bem-vindo a Moçambique, zona liberada da Humanidade» flanqueada por otros más modestos que aseguraban que «A luta continúa».

Superado el sopor que me provocó la ingesta de un cuarto de pastilla de Rohipnol que me recomendó mi madre muy acertadamente, mi primera visita fue al imponente mercado de la capital. Pocas veces en mi vida he experimentado una sensación más incómoda y deprimente, porque en sus centenares de puestos apenas en una decena de ellos podían comprarse modestos manojos de berros; en los otros, nada de nada. El fantasmal mercado estaba prácticamente vacío, pero ¿qué más daba si la lucha continuaba en la zona liberada de la Humanidad, que había pasado de tener tres cosechas anuales al hambre cotidiana y al «acabou» permanente?

El que muchos ciudadanos de la comunidad autónoma de Cataluña hayan creído en la viabilidad de una hipotética República catalana no puede, por tanto, resultarme sorprendente porque el atractivo de lo utópico es, a veces, fatal y desafía cualquier racionalidad. Politicastros independentistas vendedores de juncia y más corruptos que menos han engañado a sus votantes sabiendo a ciencia cierta que esa hipotética República era completamente inviable, lo que da qué pensar, porque si el ciudadano de a pie puede carecer de la información y el aparato necesario para analizarla, los que los han inducido han sido y siguen siendo perfectamente conscientes de la inviabilidad de un proyecto que ha sido reconocido por uno de los casi dos centenares de países del mundo: la temible y poderosa Osetia del Sur. Todo un éxito.

No se trata de una locura colectiva como algunos alegan, sino más bien de un proyecto perverso, falaz e inviable promovido por quienes son perfectamente conscientes de su inviabilidad porque saben que cuentan con un apoyo popular que dista de ser no ya abrumador, sino no alcanzar ni al cincuenta por ciento del voto del electorado. Pero da igual, porque la lucha continúa en otra zona liberada de la Humanidad que esta vez no afrontará el hambre, pero sí la pobreza y la frustración de quienes piensan haber hecho una jugada maestra y han tropezado con un jaque mate inevitable.

Según los últimos datos de Dbk informa, casi 4.000 empresas han abandonado Cataluña desde el 1 de octubre del año pasado; la sangría sólo la detuvo, en parte, la tímida, tardía y descafeinada aplicación de una previsión constitucional mal redactada y peor ejecutada; el 85 por ciento de esas empresas se ha trasladado a la Comunidad autónoma de Madrid y su facturación representa 44.000 millones de euros, pero ¿qué más da si la lucha continúa en la zona liberada de la Humanidad que ha pasado de ser la región más próspera de España a la que más se empobrece mientras enriquece al odioso «Madrit»? Sería de risa si no fuera trágico.