Aunque tenga fama de cachondo, dudo mucho que veamos a Jean Claude Juncker embadurnado y brindando con unas hierbas en alguna de las dunas de Espalmador. El particular (o fondo de trucadors, ya veremos qué tipo de aves chapotean en su sulfurosa charca de barro, tan buena para la piel de algunos incautos) de Luxemburgo que ha comprado la isla posiblemente tenga más querencia a la vodka rusa, tal y como apuntaba ayer en su columna pirática el fenicio Mariano Planells.

La venta de Espalmador por 18 millones (se vendió por 42.000 pelas en 1932) nos da una clara idea de la inflación pitiusa a lo largo de la invasión turística. Lo podía haber adquirido el Govern como una propina con el impuesto de la ecotasa, pero prefieren dedicar los dineros a otras cosas que consideran más importantes, tal vez un espantoso paseo marítimo o un absurdo velódromo para bicicletas–los proyectos de los políticos son inescrutables—, y han perdido una buena oportunidad de conjurar el peligro histórico que han tenido siempre sus aguas esmeraldinas.

Espalmador fue una base importante de piratas berberiscos. De ella salió Drub el Diablo para aniquilar la escuadra del almirante Portuondo a la vista de Ibiza. Desde ella se proyectaron numerosas razzias que esclavizaron a miles de ibicencos. Por su influencia Formentera estuvo deshabitada durante siglos.

Actualmente su mayor peligro supone ser raptado en el yate de alguna viuda alegre, pero nunca se sabe cuando se trata de gente que dice ser de Luxemburgo. Es una base de navegantes que se aprovechan de un enclave formidable sin tener que pagar los precios ni los olores de un puerto. En su orilla libre de hamacas se doran los cuerpos desnudos con medidas que van de la Venus de Willendorf a la de Praxíteles.
Y seguirá siendo un pas d´es trucadors.