La alcaldesa (supuestamente) de Madrid, Manuela Carmena, estaba en una cumbre no sé si herrumbrosa, que diría Juan Benet, en París sobre cómo arreglar el cambio climático (supongo que para poder hacerlo tendrá línea directa no con Rita Maestre sino con Trump, con Xi Jinping y con Ram Nath Kovind) cuando el verdadero cambio climático se produjo en el excastizo barrio de Lavapiés. Es decir, Manuela, sin ningunos conocimientos científicos para ello, estaba elucubrando sobre el efecto invernadero o la capa de ozono en París a perjuicio de los bolsillos del contribuyente, cuando en Lavapiés se armó la marimorena y una turbamulta se lio a fostias con todo lo inerme que pillaron, sea mobiliario urbano municipal o los cristales de la taberna taurina de Antonio Sánchez que es de finales del siglo XVIII. Mientras Carmena, cerca del Arco de Triunfo, intentaba solucionar la guerra de dos mundos sin Orson Welles, en la calle Oso de Lavapiés a un mantero senegalés le daba un ataque de epilepsia y desgraciadamente fallecía. La Policía, que actuó con profesionalidad, intentó salvarle la vida, pero hete aquí que las redes sociales se incendiaron con el bulo de que había muerto a consecuencia de una persecución policial. De modo que ese senegalés era una víctima del racismo español y del capitalismo. Han pasado varios días desde lo acontecido el viernes 16 de marzo y pese los graves sucesos y a que varios responsables del Ayuntamiento de Madrid, y hasta un senador, dieron por buena la versión tuitera y fláutica, y pese a que algunos instrumentalizaron la mentira para alterar un barrio donde bangladesíes, senegaleses y madrileños se llevan bien, no ha dimitido nadie porque dimitir es cosa de fachas. Pues entonces volvamos a lo del cambio climático que eso sí mola o al carril bici...