Con Forges, hablaba un ratejo de tanto en tanto porque vivía cerca de mi casa y era habitual tropezarse con él en sus paseos matritenses. También lo veía en la Feria del Libro de Madrid. Fue el más socarrón, jocundo y fino humorista que hemos tenido en la España del último medio siglo, bien es verdad que nuestro país abracadabrante da mucha materias primas de primer orden y una casquería excelente para que los humoristas compongan sus frituras. Si encima ese poso lo moldea Forges, pues sale el genio de lámpara. Su mejor chiste es que hizo muy pocas viñetas malas durante su larguísima trayectoria. Personalmente me gustan mucho sus chistes metafísicos, aunque dominaba todos los campos. «Le vamos a firmar un contrato de cinco minutos, y luego ya veremos» o «¡Qué maldición: no me puedo bajar la app jofroneitor tarumbis, para hacer rosquillas octogonales!», «Bajo a la calle a mear en las esquinas, ¿subo el pan?». Era también muy crítico con la tremenda bajada del nivel cultural que estamos sufriendo. En uno de sus chistes se ve a uno de sus personajes diciendo qué haces, y el otro le dice, «leyendo un libro» y el preguntante le contesta «por». Forges nos hizo pensar con su humor tan personal, y tan social, consistente en pasar el muy inteligente humor inglés por la batidora costumbrista hispánica y carpetovetónica. Como en sus viñetas salía mucho Dios, no creo que tenga problemas para entrar en el Cielo. Y si los tiene porque el Cielo está lleno y no hay plazas, pues que nos lo devuelvan que estábamos todos muy a gusto con él. «Pienso, luego estorbo» fue una de sus frasecillas, tal vez en su epitafio, si lo entierran con lápida, podría poner: «Aquí, ni pienso ni estorbo».