Enfrascados como estamos en los coletazos del ‘proces’ (ahora en la campaña electoral y luego será lo que los catalanes quieran), en la conversión de sus dirigentes a la obediencia constitucional, en la deriva de la gravedad al estrambote, nos hemos olvidado que la vida en el resto del país sigue. Y es que, desde el día 27 de octubre aquí han ocurrido tantos hechos y tan faltos de heroísmo que es difícil sustraer la mirada del espectáculo. Solo las declaraciones del fugado Puigdemont desde Bruselas darían para una antología del disparate. Pasó de considerarse ‘exiliado’ a arremeter contra la tierra de acogida, la UE, al no recibir el apoyo que exigía. Es difícil encontrar un político con una locuacidad en parangón con la suya y con el mérito de encadenar un despropósito tras otro. Solo en los últimos días ha reivindicado el derecho a la unilateralidad (o sea, a volver a declarar la independencia para salir corriendo a continuación) porque, supuestamente, «el Gobierno también actúa de forma unilateral al no preguntar a Cataluña si quería el 155». A renglón seguido reclamó de la Junta Electoral amparo para volver con garantías a España y poder participar ‘en igualdad de condiciones’ en la campaña. Semejante entretenimiento no justifica, sin embargo, que se olviden temas tan importantes como el hundimiento de la caja de las pensiones, exhausta tras pagar la extra de Navidad, y sin fondos para afrontar la próxima. Las pensiones son un problema común de todas las comunidades autónomas e imprescindibles también para los jubilados catalanes. Solicitar un ‘préstamo’ a los presupuestos no es más que un parche. Hacen falta crear muchos más puestos de trabajo que con sus aportaciones a la Seguridad Social garanticen las pensiones. Tampoco conviene dejar de lado la gravedad de la sequía, que amenaza las cosechas y vaticina un encarecimiento de alimentos básicos y, por tanto, una subida de la bolsa de la compra.