Por risible, descabellado y estrambótico que haya sido el intento de golpe de Estado de parte de la clase política catalana, no conviene minimizar su gravedad ni aún menos tratar de banalizarlo como emprendimiento chusco de políticos zafios o empeño democrático de hombres de bien; una forma de hacerlo consiste en rasgarse las vestiduras ante el ingreso en prisión de sus principales responsables como resultado de la decisión de una magistrada perfectamente motivada en lo jurídico y, para colmo, redactada en un castellano legible, fluido e impecable.

Se necesita un grado mayúsculo de estupidez ciega para embarcarse en la aventura inane de pretender separarse del territorio del Estado del que se forma parte en pleno siglo XXI en el marco de la Unión Europea. Si a esa inmensa majadería se le añade el ingrediente de mala fe que ha consistido en ignorar a sabiendas la inviabilidad del proyecto, se puede calibrar como mayor justeza la magnitud de la tragedia a la que unos pocos han sometido a una población que en modo alguno les apoya no ya unánime, sino ni siquiera mayoritariamente, en su empeño criminal.

Más de 2.000 empresas han abandonado el territorio de la Comunidad autónoma en busca de seguridad jurídica y fiscal mermando con ello su capacidad productiva y contribuyendo a incrementar el desempleo en un proceso cuyas consecuencias finales apenas pueden vislumbrarse hoy. Y ello sin asomo de arrepentimiento de los responsables del desaguisado, lo que la idea del despropósito fanático de quienes conducen a la ruina a sus representados y a los que no lo son en aras a una causa que, además, saben que está, de antemano, perdida.

También han hecho el ridículo a nivel internacional (el solitario reconocimiento de Osetia del Sur, pseudoestado apenas reconocido por cuatro Estados de verdad) da idea de la dimensión de un fracaso que ha costado decenas de millones de euros al Erario, en parte destinados a comprar apoyos de pseudopersonalidades tan venales como banales.

¿Qué decir del hecho de desviar fondos destinados al empleo de discapacitados para la aventura secesionista? Otra infamia insuperable. Si el fanatismo no les cegara hasta extremos inconcebibles, esos politiquillos deberían rectificar y pedir perdón por el daño que han hecho a sus partidarios y a quienes no lo son. Como no es de esperar que lo hagan, deberán pagar con su libertad y su peculio particular la estrambótica y fracasada intentona que un día emprendieron. De momento, sólo cabe desearles una cómoda estancia en una cárcel que abunda precisamente en comodidades.